Recuerdo
las siemprevivas en los caminos de Felix, en ese otro Oriente que es Almería.
Recuerdo platos típicos de allí como el trigo, los gurullos o las migas, que en
días de lluvia hace la Anita España, la floristera de Roquetas de Mar. Vienen
hasta mí las conversaciones que he mantenido con Pepe Vizcaíno, el marido de
Anita, sobre la diferencia entre el susto y la muerte, sobre la necesidad de
hacer un teatrillo en verano, en la terraza. Todos juntos hemos sentido el
deseo de embriagarnos, de bañarnos de noche, de bailar en la Playa de la
Romanilla mientras la luna iluminaba la oscuridad.
La familia Vizcaíno-España fue un
regalo que me hizo mi mujer a la que siempre estaré agradecida. Porque mi mujer
es así, regala sin alboroto como si la generosidad fuese el nombre de su
respiración. Y me ha dado la posibilidad de conocer la justicia y las amistades, todo envuelto en una sonrisa inteligente. Y me ha regalado el desierto y el
nombre de las flores.
El Pepillo es el hijo mayor, tiene una
sonrisa deliciosa y es muy trabajador, en su cabeza duermen itinerarios
arquitectónicos y unas ganas, siempre libres, de edificar alegrías. El Paquillo
se pintó en una ocasión el pelo de azul, hizo el camino de Santiago y nos apoyó
sin fisuras cuando nos casamos Yolanda y yo, es un rebelde. Ana es la hija
pequeña, inteligente y tímida, me regala unas gafas de sol todos los años,
tiene un profundo sentido del humor.
Todos saben que yo trabajo elaborando belleza
y que no me gustan dejar los andamios a la vista, que acercarse a la dulzura en
el decir es mi día a día, que ser escritora es mi tarea, que todos los días
escribo y que les doy las gracias cuando me acogen en su casa llena de risas,
vacía de preocupaciones delante de los niños. Son mis mecenas.
Las artistas, particularmente, estamos
conquistando nuestro tiempo para dedicarlo al arte. No nacen las frases de la
nada, no se escribe un libro linealmente. Recuerdo una conversación que tuve
con Anita España en que le conté que me gustaría tener un mecanismo que midiera
las horas que le dedico a la ocurrencia de tener una cosmovisión literaria
propia para después compartirla.
Quiero alejarme de cantos proféticos,
de la voz excesivamente elevada, de un ego hinchado y herido de narcisismo, de
la corrupción de los pequeños arreglos y de las visiones deslumbrantes. Quiero
ser agradecida con los que me han ofrecido las llaves de su casa, alegre cada
vez que encuentro una metáfora no dañada, y elaborar una página sencilla y
clara como el agua transparente y mía, porque yo tengo derecho a crear belleza,
mi belleza, que quiere ser recibida con el respeto de quien reconoce las
energías que se lleva este quehacer.
Hay que trabajar con calma y la calma
ha sido un bien recibido de la familia Vizcaíno-España. La calma para inventar
juegos donde no existan la competencia, juegos en la orilla de la honestidad.
Así nos entenderemos de una vez por todas.
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Salvadora Drôme acompañada de la Familia Vizcaíno-España. Una antigua foto de los 90. Pronto estaremos jugando a las cartas o al dominó. |