sábado, 6 de junio de 2020

La pausa

Ya va llegando el verano con sus costumbres y sus cantos, con sus sueños de descanso y porvenir, con los baños en el aljibe y los reencuentros familiares. Llega el tiempo de las frutas suculentas, del mar y sus pescas, de los paseos vespertinos y las piraguas, de la hora de las meriendas suculentas. Y yo he decidido lanzarme a sus tareas íntegramente, así que les dejo un pequeño poema como despedida hasta la próxima temporada en que volveré con nuevas palabras y reflexiones. Hasta entonces les deseo buenas caminatas y buenos libros.


Las luciérnagas nos enseñan la vereda,
El frescor de la noche tiñe nuestras manos.
La luna nos da su reflejo.


Feliz verano

sábado, 30 de mayo de 2020

La voz


Siempre que voy a los Jardines de Orive me quedo un rato contemplando su árbol principal: el ceibo. Algunas veces me he encontrado por sus alrededores a mi amigo Torralvo que es lector de parques y plazuelas. Leer en la calle es hoy día, con pandemia o sin pandemia, un acto revolucionario. Pero ¿qué se lee? Se lee las obras de aquellos que han tenido la posibilidad de tentar la alta cultura: la grafía.

         Cuando hablo con mi madre, con mi prima Pepi, con mi suegra me doy cuenta de que hay una multitud de relatos pendientes que nunca verán la luz, y eso me entristece tanto como que un camarero no me haga caso cuando tengo mucha sed y voy enmascarillada. Me molesta tanto como la banalidad.

         Ahora que lo pienso, “la banalidad del mal” de la que hablaba Hannah Arendt cuando analizó el juicio al nazi Eichmann en Jerusalén tiene cierta semejanza con otra expresión que alude también a la irresponsabilidad: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

         Ya lo dice Simone Weil en La fuente griega: “El Evangelio es la última y maravillosa expresión del genio griego, como la Ilíada es la primera”  Dos libros que hay que leer, según dicen los críticos. Y yo me pregunto: ¿los relatos que no encuentran quienes los escriban desaparecerán de nuestra memoria como si fueran un acto banal e inconsciente?  Sería una lástima. Perderíamos la voz, perderíamos la mitad de las historias, toda una perspectiva.

         Por eso propongo desde aquí que escuchemos atentamente esas narraciones no normativas llenas de la sal de lo espontáneo y lo original. Convirtámonos en mineras que buscan esa veta que es un murmullo, un susurro, como mucho una carta escrita en papel de estraza y démosles la importancia que merecen. Las andaluzas estamos acostumbradas a la risa de los otros sobre nuestra habla, hagamos de ese habla la semilla que busca crecer. No desperdiciemos ningún relato y leamos en los parques, en los jardines, en los paseos libros de mujeres con la misma unción que leemos El sentimiento trágico de la vida, por ejemplo.

         El ceibo es un hermoso árbol que da flores bellas y venenosas como aquellas apreciaciones de la vida que sólo contienen la guerra y sus luchadores. Despertemos la voz, alcemos la voz para decir lo nuestro. Hay que ser valiente para narrar porque, queridas, la ficción encierra más verdades que una enciclopedia.



        

sábado, 23 de mayo de 2020

La gracieta del incivilizado




Siempre me ha dado miedo la hora en que la celebración se desborda y llega el humor del déspota, más que humor podríamos decir “burla”, porque el gracioso despótico no ama la risa, que lo que a él de verdad le gusta es la mueca. Vivimos en tiempos en que la frase simple y monológica quiere tomar las calles como el chistoso anticuado quiere tomar el protagonismo de la fiesta. Siempre he detestado ese entusiasmo porque, sobre todas las cosas, es cerril y mediocre, cínico y abanderado. Se trata de un maltrato a la inteligencia y, por ende, al cuerpo entero.

         Sobre todo porque, como decía Cesare Pavese en El oficio de vivir, “el profesionalismo del entusiasmo es la más nauseabunda de las insinceridades”. Pues bien, ya se sabe que para narrar bien hay que practicar la bondad, porque la bondad, al contrario que el artificio del gracioso anticuado, es una de las máximas de cualquier curso de escritura.

         De ahí lo de escribir con apego, con querencia a cada uno de los personajes que aparecen en el texto. Escribir con la misma magnanimidad con que Homero describía a griegos y troyanos, a Héctor y a Aquiles. Ese es el análisis que nos aporta Hannah Arendt en ¿Qué es la política? Pero no nos engañemos: hoy, estos que quieren llamarse héroes, no tienen la capacidad de concentración para leer de un tirón La Iliada, de ahí el postureo constante, cercano al narcisismo, y la falta de irrigación mental para comprender que el Estado, como la Salud, lo tenemos que salvar entre todos.

         Es de niños pequeños quitarse las mascarillas irresponsablemente, no respetar la distancia de seguridad y no amar lo suficiente como para dejar espacio en nuestro ser a la sonrisa de la inteligencia. En fin, que seguimos buscando la luz en la tarde, la luz en el día y la luz en la noche, siempre la luz generosa que nos alivie de las zonas oscuras donde encerramos a los marginados, de los que no se habla, los que no son protagonistas: los niños y niñas varados en Ucrania, las prostitutas en los fluorescentes clubs de carretera, los emigrados sirios y sus padecimientos, la infancia que pasa hambre. En fin: esclavos y esclavas de esta sociedad saciada.

         Y sé que la voz de los hombres será escuchada primordialmente. Y tengo la certeza de que una mujer no tuvo la culpa de la guerra de Troya.



Anonymus, anonyma, anonymum
                        Para Esther García Navarro, mi amiga, con reconocimiento y cariño.

Por supuesto que quiero estar representada
en el Consejo,
visitar el Centro Cívico,
la Casa Ciudadana,
acariciar el blanco mármol del foro
y pasear con orgullo por Roma;
usar el mismo idioma que ellos,
llevar túnica de ónix.
¿Pero acaso escucharán la voz
de los libertos?
Tal vez, tal vez…
De lo que no estoy tan segura
es de que consideren los susurros
de las esclavas.






sábado, 16 de mayo de 2020

Apego

         Hoy quisiera recoger las palabras más hermosas, las que dan compañía, esas son las mejores, porque no hay trabajo más bello sobre la Tierra que dar presencia de una u otra forma, que apegarse en libertad a aquello que admiramos y queremos.

         A mí me enseñó a escribir con apego el conjunto de personajes-narradores que conforma mi familia. Sin saberlo, los años que pasé en Campanillas (Málaga) serían la suculenta raíz que hacía crecer todos mis relatos, que me daba la posibilidad de ponerme en el pellejo de cada cual; eso y hablar sola, cosa a la que estoy muy acostumbrada.

         En los primeros días de mi vida me hallé rodeada de enfermeras y médicos que hablaban en francés y que me pusieron de apodo Lola Flores. En cuanto mi madre me cogió entre sus brazos me llevó al habla andaluza y de ahí bebí, de su ingenio y relajación, de sus riquezas.

         No sé hablar de mí sin hablar de ella. Las madres, esas personas que tanto influyen a las mujeres que escribimos porque desde chicas estamos cogidas a sus enaguas de fantasías, a cómo nos cuentan el mundo.

        Mi madre tiene un gran sentido del humor y siempre ha parecido más joven de lo que es, tiene la facultad de hacerlo todo perfectamente: guisar, coser e ironizar. Nos ha criado a mi hermano y a mí como si fuéramos los geniales herederos de una estirpe confusa y feliz, tal vez por eso nos vestía con telas iguales, sin saber psicología dejaba una huella en nuestra personalidad: la de pertenecer a un mismo conjunto.

                 Yo empecé a escribir un día lluvioso en que le dediqué un poema a mi madre que surgió, resplandeciente, como una llave que abriera las puertas de la comunicación, un trasiego de vivencias de calidad, algo sencillamente bueno, como la valentía. Mi padre y mi madre creyeron estar ante un milagro: Tenían una hija escritora. Ambos se pusieron locos de contentos. Alguien de su misma sangre, carne de sus carnes, sabía materializar pensamientos por escrito. Me abrumó aquella importancia, yo misma no sabía lo que había hecho: el acto literario estaba en marcha, todo gracias a ti, mamá. Te quiero, guapa.


  
Agustina López Díaz, ferretera, modista, cocinera excelente y mi profesora de andaluz. Pronto estaremos tomándonos unos espetos.




sábado, 9 de mayo de 2020

Gatunería

Este Poema-Océano lo escribí para el recital virtual de La Viajera de esta semana.



            Esta es la historia de un gato llamado Falso que trabajaba en el servicio secreto e iba acompañado de su colega García, una gata negra acostumbrada a beber vino Montilla-Moriles en época de ferias. Ambos vivían en el Realejo, allí tenían su casa con un patio de geranios y una fuente en medio.

            Les encomendaron que hicieran un informe sobre Proust y Frida. El gato Proust era de pelaje gris y anaranjado, muy hermoso y con un gran estilo, se crio en la alta sociedad y sabía bailar los valses de Strauss. A Frida la encontraron en un contenedor, de noche, muerta de frío, era vital y parlanchina y también bailaba con elegancia, era de tres colores: negro, blanco y carey.

            Falso y García vigilaban a Proust y Frida. Proust era de costumbres rutinarias: bebía agua fresquita, dormía en un sillón verde y se pasaba el día pensando si no había perdido el tiempo aprendiendo a decir “Miau” para que lo entendieran los humanos.

            Frida, en cambio, vivía al día, leía a Chris Kraus y participaba en manifestaciones feministas. Era una gata muy comprometida.

            Pero todo cambió cuando llegó Peluso, un gato color zanahoria muy ansiado por los gateros. Y aún cambiaron más las cosas cuando llegó Nala, la curiosa Nala, investigadora, científica y atleta.

            Se hicieron muy amigos los cuatro: Proust y Frida, Peluso y Nala. Y esto llenó de envidia a Falso y García que escribieron un informe demoledor sobre las costumbres de los felinos en cuestión. Entonces sucedió algo extravagante: llegó al barrio un avestruz, que veía las cosas desde lo alto y comprendió que el dossier que estaban elaborando era una verdadera intromisión sobre sus intimidades y así se lo dijo a los afectados.

            Falso y García no sospechaban nada porque admiraban las alas del pájaro que no vuela y quedaron muy sorprendidos cuando Proust y Frida, Peluso y Nala mostraron sus caras más amables y los invitaron a merendar tortitas con nata y caramelo. Fue así como descubrieron que hasta los agentes secretos tienen secretos y deseos de amistad.

            Y Falso, García, Proust y Frida, Nala y Peluso fueron muy felices en el barrio del Realejo cuando llegó el carnaval y cada uno dio lo mejor de sí: la alegría de abrazar y de ser abrazados.








sábado, 2 de mayo de 2020

El Nuevo Paseo




Ya será la vida distinta y veremos con otros ojos la fuente cercana, los reflejos del vidrio de los escaparates, los naranjos y las macetas. Todo tendrá una pátina de doble vida, de vida que se sobresale de su capacidad como los mensajes tiernos y, a veces, edulcorados que hemos compartido. Pero no pasa nada: el exceso de azúcar también nos sirve en este momento en que lucimos burgueses e indefensos por el abismo de la existencia.

         Se reirían de nosotros las niñas que vienen huyendo de Siria, los hambrientos de Haití o los habitantes del Yemen. Pero nosotras también somos personas que se asombran ante la novedad del Hecho: ahora contaremos los sucesos teniendo en cuenta si nos pasaron antes o después del Coronavirus. Nuestra humanidad ha sido puesta a prueba y también tenemos derecho al temblor; eso sí, sin exagerar.

         Saldremos emocionados a dar un paseo. Tenemos que medir esa riqueza. Hay quienes no tienen tranquilidad en las calles para dar una vuelta por el parque. Saldremos con la alegría del bañista que está en la orilla midiendo lo arriesgado de su aventura. Saldremos nosotras con la mirada más allá del horizonte: tenemos tanta costumbre de cuidar que seremos cuidadosamente aventureras, conscientes de que hay mujeres que se juegan la vida dentro de casa, de que hay quienes viven en la calle y la calle no se presenta como un manjar tan apetecible.

         Ya salieron los niños y las niñas, ambos valientes como personajes de cuento. Nosotras saldremos con nuestros amuletos, con esa nueva forma de contemplar el mundo y hemos salido de casa, de las labores de casa, que debe ser el metro para construir puentes y edificios, hospitales y ayuntamientos. Construir el exterior desde el interior y no al revés como hacían los griegos que, para hacer política, se desembarazaban de las tareas del hogar. Debemos poner en el centro de nuestro nuevo mundo los esclavos y las esclavas, debemos subir en un pedestal a las que limpian.

         Sí, es emocionante recorrer nuestro barrio, saludar a los vecinos, a todos, a los que no conocíamos y a quienes conocemos, ya hemos aprendido lo que es la lentitud. Exijamos la parsimonia necesaria para que nuestros abuelos y abuelas sean felices. Exijamos que la igualdad llegue hasta las calles del cielo, que están allí, en todo lo alto, intentando imponernos una geografía anticuada y molesta.

         A veces, mientras paseo, me invento rezos cívicos dedicados a diosas divertidas, desenfadadas como Pippi Calzaslargas. Y levanto la vista y observo las fachadas, no quiero que mi mirada contenga nada más que suelo, preciso de las alturas, altura de miras para construir un Estado que contenga la sinceridad.





sábado, 25 de abril de 2020

La bienvenida


                                      Este poema está dedicado a María Alonso Díaz


Trae entre sus manos
jabón de Alepo,
pañuelos del Mármora,
pendientes plateados,
foulards de la India,
manteles blancos y turquesas,
lluvias de Oriente,
misteriosas imágenes
que sólo revelan la paz.

Nos dijo un día
el nombre de todas las calles
de Córdoba,
la forma de preparar
un café.
Nos enseñó el anhelo
de caminar en silencio,
nos mostró la luz
a través de los arcos
y la fuente de mercurio.

Vivimos porque aprovechamos
el destino de otro.
Y allí estaba ella: señalando
la dirección del río,
las veredas de Trasierra
y la cartelería de los afectos.

Nació para procurar los ritos,
para ser nuestra anfitriona.

 
María Alonso Díaz, pronto estaremos atareadas en la contemplación de las plazas.


sábado, 18 de abril de 2020

El festín



Llegará un día en que celebraremos otro festín. Saldremos todas a la luz y nos embriagaremos con los rayos del sol, con la presencia querida de la amistad cultivada por tantos años y tantos acontecimientos. Por habernos dado tanta libertad las unas a las otras.

         Estas son mis amigas de Granada, las que estudiamos juntas, las que aprendimos a respetarnos mientras merendábamos tostadas de mantequilla, azúcar y canela y nos contábamos nuestras vidas, que para otros, tal vez eran insignificantes, pero que para nosotras tenían la importancia de una eviterna.

         Son los misterios de las discordancias que quieren concordar, y siendo cada una de nuestro padre y nuestra madre decidimos sincronizarnos para enriquecernos más: Reme tose cuando yo hablo en público, ha recogido mis temores y se los lleva a su garganta para aliviarme a mí del miedo escénico. Margarita tiene el don de la honradez y va siempre corriendo a todos sitios, sabe lo que es la bondad y la practica como quien nada en el mar de las contradicciones, alzándose siempre sobre los pequeños contratiempos. Olga va a Francia en bicicleta, aprendió ruso cuando nadie estudiaba esa lengua, es sólida como una piedra que sirviera para fundar la ciudad de las mujeres. Yolanda se ha salido de los esquemas amigables y se ha convertido en mi esposa, y ríe, ríe siempre como si ella hubiera inventado la inteligencia en el reír. La gran Paloma tiene una voluntad de hierro, una humildad de zíngara, una ternura sin complejos.

         Me casé el 16 de marzo de 2007 con Yolanda, entramos en el salón de los mosaicos del Alcázar de Córdoba al son del himno de Andalucía, condujo la ceremonia la concejala Inés Fontiveros, todavía recuerdo sus palabras. Leyó un poema nuestra amiga Carmela, la Carmelilla. Después hubo un banquete y baile. Nos pudimos casar gracias a que el 30 de junio de 2005 se logró la aprobación del matrimonio igualitario en el Congreso, votaron en su contra el PP y Unió democràtica de Cataluya. No lo olvidemos, que ahora a posteriori parecen algunos muy modernos.

         No se puede olvidar nunca, no podemos olvidar cuando llega la brisa de la libertad, libertad, libertad ni cuando quieren engañar tu deseo y encerrarlo en fórmulas derivadas y cobardes. No se pueden olvidar los nombres de quienes nos han hecho caminar con orgullo. Todo sucedió en el gobierno de Zapatero, simplemente lo constato, soy testiga y participante del tiempo que me tocó vivir.

         En nuestro viaje de novias, cada vez que llegábamos a un hotel, pedíamos habitación de matrimonio y sonreíamos satisfechas. En Madrid fuimos a la librería Berkana a comprar libros que hablaran de nosotras, era nuestra forma de expresar el agradecimiento. Simplemente tocábamos la plenitud y la felicidad.

         No olvidemos a quienes han sabido acompañarnos. No olvidemos ni ahora ni nunca. Después celebremos con generosidad nuestras victorias.



 
De izquierda a derecha: Reme, Marga, Olga, Yolanda, Salvadora y Paloma. Pronto celebraremos que podemos salir a pasear.






sábado, 11 de abril de 2020

La belleza




Recuerdo las siemprevivas en los caminos de Felix, en ese otro Oriente que es Almería. Recuerdo platos típicos de allí como el trigo, los gurullos o las migas, que en días de lluvia hace la Anita España, la floristera de Roquetas de Mar. Vienen hasta mí las conversaciones que he mantenido con Pepe Vizcaíno, el marido de Anita, sobre la diferencia entre el susto y la muerte, sobre la necesidad de hacer un teatrillo en verano, en la terraza. Todos juntos hemos sentido el deseo de embriagarnos, de bañarnos de noche, de bailar en la Playa de la Romanilla mientras la luna iluminaba la oscuridad.

         La familia Vizcaíno-España fue un regalo que me hizo mi mujer a la que siempre estaré agradecida. Porque mi mujer es así, regala sin alboroto como si la generosidad fuese el nombre de su respiración. Y me ha dado la posibilidad de conocer la justicia y las amistades, todo envuelto en una sonrisa inteligente. Y me ha regalado el desierto y el nombre de las flores.

         El Pepillo es el hijo mayor, tiene una sonrisa deliciosa y es muy trabajador, en su cabeza duermen itinerarios arquitectónicos y unas ganas, siempre libres, de edificar alegrías. El Paquillo se pintó en una ocasión el pelo de azul, hizo el camino de Santiago y nos apoyó sin fisuras cuando nos casamos Yolanda y yo, es un rebelde. Ana es la hija pequeña, inteligente y tímida, me regala unas gafas de sol todos los años, tiene un profundo sentido del humor.

         Todos saben que yo trabajo elaborando belleza y que no me gustan dejar los andamios a la vista, que acercarse a la dulzura en el decir es mi día a día, que ser escritora es mi tarea, que todos los días escribo y que les doy las gracias cuando me acogen en su casa llena de risas, vacía de preocupaciones delante de los niños. Son mis mecenas.

         Las artistas, particularmente, estamos conquistando nuestro tiempo para dedicarlo al arte. No nacen las frases de la nada, no se escribe un libro linealmente. Recuerdo una conversación que tuve con Anita España en que le conté que me gustaría tener un mecanismo que midiera las horas que le dedico a la ocurrencia de tener una cosmovisión literaria propia para después compartirla.

         Quiero alejarme de cantos proféticos, de la voz excesivamente elevada, de un ego hinchado y herido de narcisismo, de la corrupción de los pequeños arreglos y de las visiones deslumbrantes. Quiero ser agradecida con los que me han ofrecido las llaves de su casa, alegre cada vez que encuentro una metáfora no dañada, y elaborar una página sencilla y clara como el agua transparente y mía, porque yo tengo derecho a crear belleza, mi belleza, que quiere ser recibida con el respeto de quien reconoce las energías que se lleva este quehacer.

         Hay que trabajar con calma y la calma ha sido un bien recibido de la familia Vizcaíno-España. La calma para inventar juegos donde no existan la competencia, juegos en la orilla de la honestidad. Así nos entenderemos de una vez por todas.



Salvadora Drôme acompañada de la Familia Vizcaíno-España. Una antigua foto de los 90. Pronto estaremos jugando a  las cartas o al dominó.






sábado, 4 de abril de 2020

Oriente




El domingo 13 de Octubre de 2019 fui a ver una exposición al Museo Thyssen de Málaga: “Fantasía árabe. Pintura orientalista en España 1860-1900.” A la salida compré un libro de Edward W. Said titulado Orientalismo. Fue una hermosa tarde acompañada por mi madre, paseamos por la calle Larios, nos tomamos un  té en la Plaza de la Constitución.

         En el libro de Said se cita un texto de la novela Bouvard y Pécuchet del escritor francés Flaubert y dice así: “El hombre moderno está en continuo progreso. Europa será regenerada por Asia. Siendo ley histórica que la civilización vaya de Oriente a Occidente (…) las dos formas de humanidad finalmente se fundirán en una sola.”

         Mi madre y yo seguimos nuestro camino: admiramos la luz de la tarde, andábamos pausadamente, ya no tenemos prisas, ambas hemos llegado a ser dueñas de nuestros ritmos, de nuestros latidos. Veníamos de ver arte y de gastar poco dinero, y eso nos satisface.

         El domingo 8 de Diciembre de 2019 fuimos las dos, de nuevo, a un museo, esta vez al Museo Ruso donde vimos una exposición dedicada a Anna Ajmátova y otra dedicada a Nicolay Roerich. El Este de nuevo nos llamaba con su delicado aroma de lo distinto. Al volver a casa vimos las luces de Navidad, la ciudad estaba repleta de turistas.

         Siempre he pensado que en esta cara del mundo lo demasiado nos parece poco, que tenemos que aprender de todo lo que nos ofrece Oriente como si fuéramos curiosas personas desposeídas de lo previsible. En nuestras manos está hacer de nuestra alma una cuna donde nazca el agradecimiento, un lugar donde aceptemos sin superioridad lo que nos regalan los versos que vienen de la lejanía y que ahora, gracias a estar tan juntos, los tenemos tan cerca.

         Debemos, sinceramente, preguntarnos de qué nos sirven las guerras. Y mientras escribo esto veo el rostro de mi madre, cansada, porque en los museos ponen pocos asientos para que podamos contemplar los cuadros que nos gustan, eso dice ella. Veo su cara de paciencia ante mi avidez de cultura y cultura es ella, mi madre que tanto sabe, que es una pintura turquesa y niña. Enigmática como si dentro de sí llevara Oriente, Occidente y todo lo que nos ha cuidado y nos cuida.


Mi madre y yo, pronto estaremos viendo museos.




sábado, 28 de marzo de 2020

J.P.




La primera vez que hice el viaje Granada-Almería en tren quedé gratamente sorprendida: la escarcha de la mañana adornaba a las hierbas asombradizas, la sierra era blanca de nieve y esperanza y las cuevas de Guadix indicaban que los seres humanos sabemos buscarnos refugios, después venían los llanos y más tarde el desierto, y después venía el olor a mar y la estación de llegada, tan coqueta, tan humana.

         Mi mujer, sin saberlo, me había regalado un mundo. Y un mundo no se crea en un instante. Me gustó la discreción de sus gentes: nadie me preguntaba qué hacía yo allí, todas las personas que conocí me trataron con cariño. La discreción, para mí, es un valor fundamental, nunca me ha gustado la publicidad que aman algunos ni la falsa familiaridad, siempre he buscado cobertizos desde los que poder crear con serenidad y delicadeza. Hoy se lleva la rapidez y el afán de captar la atención a cualquier precio. Existen intelectuales de pacotilla que no tienen manera de superar su lenguaraz aburrimiento en unos días que debemos estar todas a una, todos a una. Dice Eduard W. Said en su hermoso libro Representaciones del intelectual que “Nada desfigura la actuación pública del intelectual tanto como el silencio oportunista y cauteloso, las fanfarronadas patrióticas, y el repudio retrospectivo y autodramatizador”.  Esta cita la he utilizado otras veces, me gusta mucho: es un aviso para navegantes.

         El mar de Almería, la provincia más oriental de Andalucía, lo visito todos los años y allí me reencuentro con mis discretos amigos, como si todos fueran tímidos.  Entre ellos está mi padrino de boda: Juan Pedro, aunque todos lo llamamos J.P. Es un hombre dinámico, se diría que siempre está en dos sitios a la vez, con buen sentido del humor y ganas, siempre, de divertirse. No sabe bailar y baila como si fuera Keanu Reeves en Matrix doblando la espalda pareciendo que se va a partir, pero no, él nunca se doblega.

         Yo soy más mujer de excursiones que de viajes, y no se me olvidará nunca el día que nos fuimos hasta Serón y después a Vélez Blanco en coche J.P., mi mujer, mi amiga Reme y su hijo Luis y yo. Mi amiga Reme es el origen de todo puesto que ella está casada con el infalible J.P. Hicimos muchas cosas: nos bañamos en la balsa de Cela, vimos de lejos la antigua estación de Tíjola, comimos choto y chorizo y morcilla, fuimos del Calar Alto hasta Macael y, por supuesto, faltaría más: visitamos Vélez Blanco, el pueblo de J.P.

         Y de Vélez Blanco no me sorprendieron el hermoso castillo ni la montaña de la Muela ni el símbolo del brujo hallado en la Cueva de los Letreros, que lo que me sorprendió es el escrito que hay sobre una piedra a las puertas de la piscina municipal, se trata de una cita de Confucio: “Donde hay educación no hay distinción de clases”.

         Pues eso: que es tiempo de buena educación, de no andar molestando a la gente con el miedo, que es tiempo de potenciar la cordura. Y si te aburres haz lo que siempre nos ha aconsejado mi madre: échate en agua. Pero dejad hacer a los que saben y , por favor, seamos cuidadosos con el lenguaje, Ya saben mi lema: gratitud, alegría y sencillez. Ahora más que nunca. Y esa filosofía de vida la he aprendido de héroes cotidianos como mi apreciado amigo y padrino J.P. Un abrazo, campeón.


J.P. y yo de cervezas, pronto brindaremos otra vez

J.P. leyendo



sábado, 21 de marzo de 2020

La Maestra

Este poema está dedicado a Remedios Fernández García, pronto volveremos a pasear.



Me trae hermosos tejidos de Nador,
cree en el azar
y en la buena caligrafía.
Tiene la fuerza de mil alfombras
voladoras
y el arrojo de equivocarse
y empezar de nuevo.
Me regaló a su hija
y por eso le estoy agradecida.
Es fantasiosa
y le gusta merendar,
su ventana da al río dorado
y hace bufandas sin parar.
Huyó a Francia por amor
y regresó por amor.
Es pícara,
enamoradiza
y le gusta el café de la mañana
en la calle,
y las flores de Moguer
que ella decidió respetar.
Un día le dio la mano a Alberti
y me lo ha contado mil veces
mientras tomamos chocolate.
De pronto se pone romántica
y escucha a Moustaki
o nos relata a medias
sus viajes por Marruecos,
ese país que ama tanto
como la libertad
de las dunas
y el azul del mar en África.
Es mi suegra,
es mi amiga.  






sábado, 14 de marzo de 2020

Nada más y nada menos



Son bellísimas,
han entrado en la mediana edad.
Sueñan con el sol
inclinado en la avenida de los tilos
y con la calle de las acacias.
Sueñan con el olor del café
cuando la tarde nos vence
y están la una con la otra,
sin más.
No pretenden nada,
con placidez sueñan con las hojas que caen
y con los rayos que iluminan las ramas.
La vida tiene sus inconvenientes,
pero siempre queda la paz del sueño
que imagina el descanso.
Y allá, en el cielo,
los pájaros vuelan con alegría
y aquí, en la tierra,
corre el agua de las fuentes.
Son armónicas en sus gestos,
iguales en sus deseos.
Tienen el mismo sueño.



sábado, 7 de marzo de 2020

Ars amandi (Este Poema Océano lo leí en la cafetería la Viajera el 4 de marzo)



            Esta es la brillante historia de Mariconcito Pérez, brillante porque le gustaban mucho las lentejuelas y Mariconcito porque así lo llamaba su madre desde pequeño, primero con enojo, después con cariño.

            Mariconcito Pérez no tenía ni un solo diente y se avergonzaba de ello, pero él no podía ponerse dentadura porque no tenía paga ni había cotizao a la Seguridad Social. Así que le vino muy bien lo del coronavirus porque así pudo usar mascarillas diversas diseñadas por él mismo.

            Se paseaba por la Alameda de Hércules con paso decidido considerando que eso de la gripe lo había llenado de atractivo. Así, que ni corto ni perezoso, decidió llamar a la televisión, a Canal Sur, para participar en el programa de Juan Pegamento a ver si encontraba novio. Juan Pegamento, que tiene una sensibilidad muy fina, lo trató con amabilidad como si fuera una cajera del Carrefour.

            Le contó toda su historia al presentador y a media Andalucía y le confesó que el llevaba la mascarilla por estética, que quedara claro que él estaba bien de salud. Ante una confesión tan higiénica se sintió atrapado por el dardo del amor un farmacéutico de Lebrija que era muy antiséptico y se llamaba Dionisio aunque todo el mundo lo conocía por su mote: el Perezetamol. El programa puso en contacto a Mariconcito Pérez y al Perezetamol.

            El Perezetamol acababa de romper con un amor de toda la vida que se llamaba Asomaito porque nunca acabada de salir del armario y le hacía chantaje emocional, así que el Perezetamol tenía el alma dolida como los pies de un nazareno, de esos nazarenos que tanto le gustaban al farmacéutico en cuestión.

            Todo resultó maravilloso y se lo merecían porque tanto Mariconcito Pérez como el Perezetamol habían sufrido mucho cuando chicos. Ya se sabe: que si mueves la mano, que si tienes pluma, que si no sirves pa hombre. Todos esos sinsabores los dejaron en las aguas de una playa naturista donde se fueron de vacaciones y Mariconcito Pérez se bañaba en pelota viva y con su mascarilla lila.

            Disfrutaron mucho los dos hasta que se encontraron con un desaborío que tenía costumbre de reírse de los viejos libres, homosexuales y buenos. Con mansedumbre el Perezetamol le pidió que los dejara en paz, pero el invasor empezó a reírse de Mariconcito Pérez y de su mascarilla de lujo que llevaba para la ocasión.

            Menos mal que a Mariconcito Pérez se le ocurrió llamar al 112 y vinieron deprisa un par de enfermeros metido cada uno en su escafandra. En cuanto se bajaron de la ambulancia Perezetamol  les dijo que ese hombre irrespetuoso llamado Suárez solo miraba de perfil y con muy malaleche, que parecía que de un momento a otro les iba a perseguir a gorrazos. Suárez se llenó de ira y se puso colorao, dijo que a él le gustaban los toros y las cosas como Dios manda, que en su mundo no cabían desviaos. Los enfermeros le preguntaron si padecía de algo y Suárez les respondió que era diabético, los enfermeros presurosos le pusieron una inyección de Cola-Cao.

            Cuando vieron alejarse la ambulancia Mariconcito Pérez le dijo al Perezetamol:
-Con lo buenas que están las papas a lo pobre no sé cómo hay gente que quiere amargarnos la vida.
-Tú no te preocupes Chiqui que yo te defenderé siempre y siempre estaré a tu lado, y ahora mismo nos vamos a ir a una agencia de viajes, vamos a hacer un itinerario por todos los países de alto riesgo de contagio del coronavirus para que puedas lucir tus mascarillas artesanales –le dijo Perezetamol.
-Maricona, págame los implantes de la boca y así no tengo que llevar este trapo –respondió Mariconcito Pérez.

            En esto que pasaba una lesbiana de 16 años cerca de ellos y les dijo con desparpajo: “Por favor no os tratéis como si fuerais vuestro propios verdugo. Respetaros mutuamente y dejaros de homofobia interna”.

            Los dos se quedaron pensativos y les surgió un beso lindo de sus bocas, el farmacéutico le dijo a su amado que le pagaría una dentadura nueva y Mariconcito Pérez, que en verdad se llamaba Eustaquio González le dijo que le haría un gazpachuelo para almorzar.

            La lesbiana también les dijo que todas las acciones tienen valor, sólo que algunas se pagan con dinero y otras no. Ellos le agradecieron su intervención y el tono de sus palabras y se admiraron de cómo siendo tan joven tenían las cosas tan claras. Se intercambiaron sus direcciones de Facebook y prometieron ir algún día a escuchar un concierto de Clara, que así se llamaba la lesbiana, que además de lesbiana era pianista.

            Y es que aquí cada uno tiene su nombre y su corazoncito. Sí, señoras y señoras, esta es la historia de Eustaquio González, camarero de profesión, limpia botas de ocasión, albañil a ratos, fontanero esporádico, pintor de brocha gorda en verano y paseador de perros. Nada de esto aparece en su vida laboral, todos fueron trabajos mal pagados y dolores de pies y dejarse la salud. Menos mal que encontró al farmacéutico Dionisio que lo quiso hasta los últimos días de su vida y le devolvió la sonrisa.

            Después de toda esta aventura hicieron un crucero y Eustaquio se hacía fotos con la boca abierta y se las mandaba a su anciana madre que había aprendido a manejar el wasap. Mientras tanto Dionisio no paraba de comer langosta en el buffet del barco y de dar gracias a Dios, él era muy capillita, por haber visto ese programa de Juan Pegamento que le trajo la felicidad. Querido público, tengo que confesaros que Eustaquio y Dionisio brindaban todos los días de su vida con champagne porque la lesbiana Clara les enseñó lo que es el respeto y un nuevo Ars amandi.


De izquiera a derecha: el escritor Samuel Quintero, la escritora Ana Ramos, Salvadora Drôme y Yolanda Bettioui quien le puso voz al texto de Samuel Quintero.