Siempre
que voy a los Jardines de Orive me quedo un rato contemplando su árbol
principal: el ceibo. Algunas veces me he encontrado por sus alrededores a mi
amigo Torralvo que es lector de parques y plazuelas. Leer en la calle es hoy
día, con pandemia o sin pandemia, un acto revolucionario. Pero ¿qué se lee? Se
lee las obras de aquellos que han tenido la posibilidad de tentar la alta
cultura: la grafía.
Cuando hablo con mi madre, con mi prima
Pepi, con mi suegra me doy cuenta de que hay una
multitud de relatos pendientes que nunca verán la luz, y eso me entristece
tanto como que un camarero no me haga caso cuando tengo mucha sed y voy
enmascarillada. Me molesta tanto como la banalidad.
Ahora que lo pienso, “la banalidad del
mal” de la que hablaba Hannah Arendt cuando analizó el juicio al nazi Eichmann
en Jerusalén tiene cierta semejanza con otra expresión que alude también a la
irresponsabilidad: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Ya lo dice Simone Weil en La fuente griega: “El Evangelio es la última y maravillosa
expresión del genio griego, como la Ilíada
es la primera” Dos libros que hay que
leer, según dicen los críticos. Y yo me pregunto: ¿los relatos que no
encuentran quienes los escriban desaparecerán de nuestra memoria como si fueran
un acto banal e inconsciente? Sería una
lástima. Perderíamos la voz, perderíamos la mitad de las historias, toda una
perspectiva.
Por eso propongo desde aquí que
escuchemos atentamente esas narraciones no normativas llenas de la sal de lo
espontáneo y lo original. Convirtámonos en mineras que buscan esa veta que es
un murmullo, un susurro, como mucho una carta escrita en papel de estraza y démosles
la importancia que merecen. Las andaluzas estamos acostumbradas a la risa de
los otros sobre nuestra habla, hagamos de ese habla la semilla que busca
crecer. No desperdiciemos ningún relato y leamos en los parques, en los
jardines, en los paseos libros de mujeres con la misma unción que leemos El sentimiento trágico de la vida, por
ejemplo.
El ceibo es un hermoso árbol que da
flores bellas y venenosas como aquellas apreciaciones de la vida que sólo contienen
la guerra y sus luchadores. Despertemos la voz, alcemos la voz para decir lo
nuestro. Hay que ser valiente para narrar porque, queridas, la ficción encierra
más verdades que una enciclopedia.