Me
trae hermosos tejidos de Nador,
cree
en el azar
y
en la buena caligrafía.
Tiene
la fuerza de mil alfombras
voladoras
y
el arrojo de equivocarse
y
empezar de nuevo.
Me
regaló a su hija
y
por eso le estoy agradecida.
Es
fantasiosa
y
le gusta merendar,
su
ventana da al río dorado
y
hace bufandas sin parar.
Huyó
a Francia por amor
y
regresó por amor.
Es
pícara,
enamoradiza
y
le gusta el café de la mañana
en
la calle,
y
las flores de Moguer
que
ella decidió respetar.
Un
día le dio la mano a Alberti
y
me lo ha contado mil veces
mientras
tomamos chocolate.
De
pronto se pone romántica
y
escucha a Moustaki
o
nos relata a medias
sus
viajes por Marruecos,
ese
país que ama tanto
como
la libertad
de
las dunas
y
el azul del mar en África.
Es
mi suegra,
es
mi amiga.