Dice
la Ley de Godwin que cuanto más se alarga una conversación por internet más
probabilidades hay de que se termine hablando de Hitler y del nazismo. Esta semana
no ha hecho falta que la charla se diera en la
etérea nube ni que fuera un diálogo amplio; de cabeza ha habido gentes
que critican el pin del triángulo rojo confundiendo y relativizando los
símbolos sin diferenciar lo bueno de lo malo; que en esta ocasión es claro y
contundente.
El triángulo rojo se utilizó para
señalar a los presos políticos en los campos de concentración, en él hay una
verdad tangible alejadísima de la maldad y del fascismo. No estaría de más que
nuestros opinantes leyeran el Diccionario
crítico de mitos y símbolos del nazismo de Rosa Sala Rose para distinguir
el bien y sus consecuencias del mal y sus imposiciones.
A todas luces Pablo Iglesias y Alberto
Garzón lo utilizaron como acompañamiento y homenaje, sencillo reconocimiento de
los que son perseguidos por sus ideas. Y hay que señalar que la escasa cultura,
ya no política sino general, hace que inconscientemente se ponga en la misma
balanza la noche y el día.
Es de una ligereza preocupante que se haya introducido en España la
ignorancia como término de la ecuación que analiza los actos políticos, y que
hayamos dado cobijo a las noticias falsas y a la frivolidad, y que se presenten como respetables opiniones arbitristas ante hechos constatables científicamente.
Pero, en fin, sólo nos queda la mesura
en la voz, el silencio educado y la unión entre los pacíficos para que no
avance este relativismo del todo vale y me da igual la historia y sus surcos.
Porque se trata de un error histórico
no conocer la historia y olvidar, por ejemplo, que Los
protocolos de los sabios de Sion fueron una ficción elaborada para alimentar el
odio. Así que desde aquí aconsejo leer a
Hannah Arendt, concretamente, Los
orígenes del totalitarismo, para no caer en errores de cultura general y
darle el mismo valor a un triángulo que a una esvástica. Y que al final, así
sin darnos cuenta, quieran meternos a todos en el mismo saco y no se aprecie el
color variado de la libertad respetuosa.