Y
si hay algún cuento que nos duerme es el de la insatisfacción: más, queremos
más: más fiesta, más alcohol, más juguetes, más mentiras. Nunca estamos
contentos, siempre nos falta algo o alguien. No tenemos suficiente con nuestra
agua corriente, con nuestra competición de luces, con dormir bajo techado. Y
ese cuento se convierte en pesadilla porque nosotros, pobres occidentales,
nunca estamos saciados.
Esa es la clave, el lugar donde no aprendemos
a ser humildes, ese es el pozo de los deseos encadenados, que no tiene límites
ni los busca, que se desesperanza ante el envoltorio que se abre con la avidez
del que desea poseerlo todo, y todo le resulta ser poquísimo.
Queremos el éxtasis encadenado, la
bobería eterna, el placer que no tiene límite como si fuera una cuenta bancaria
indefinida. Queremos que todos los días sean premiados, que en cada minuto
cantemos un gol. No, no dejamos crecer el barbecho ni descansar nuestro
espíritu que, a veces, se llena de ira al comprobar que no se cumplen todos los
caprichos.
Yo he visto levantarse una bandada de
gaviotas en el puerto, sin chocar entre sí, al unísono. He visto el reflejo del
sol sobre una tapia blanca, he oído el silencio benefactor de las mañanas, he
sentido el respeto de quien no invade. Y eso deberíamos regalar a los jóvenes:
el derecho a contemplar. Porque si no contemplamos se irán al traste los
milagros de la naturaleza, las observaciones científicas y el calor de los
árboles.
Me gusta contemplar las flores, la
geometría de la regadera, la satisfacción por el trabajo cumplido, las manos
que se lavan en la honradez, el sentido de una buena conversación alejada de
los tópicos y del dramatismo, porque a los absolutos les gustan mucho los altibajos
del relato lacrimógeno, se acogen a él con la desesperación de los ahogados.
Hay que pasar página, dar la bienvenida
a la mesura. Hacernos cargo de que podemos vivir con poco. Hacernos cargo de
nuestras mentiras y hoy, hoy mismo, poner en marcha la maquinaria de la gratitud.
Y ser conscientes del frío que pasan aquellos misteriosos seres que no queremos
acoger en nuestras ciudades, gentes que no tienen el corazón de madera, que son
personas contemplativas como tú y yo.