Esta
es la historia de Mary la Cani, una de esas muchachas que quisieran arañar el
cielo con sus uñas superlativas, ella llevaba leggins y la barriga ceñida con
camiseta negra como si fuera la cantante Rosalía.
¡Oh, Mary la Cani merecería ser la
protagonista de un buen blues nostálgico como un sueño mojado de valentía o un
güisqui que se tomara en los días de accidentada desesperación! A Mary la Cani
la humillaban todas las jornadas cuando iba a limpiar por horas al Barrio Alto
desde donde se ve el mar de un verde acharolado. Ella que quería ser cajera del
Carrefour, pero a lo que más llegó fue a que un poeta le escribiera un soneto.
Ella no sabía lo que era un soneto, lo grave es que el poeta tampoco. El poeta
era muy moderno, amo de casa o amo de caso si utilizamos el lenguaje inclusivo,
dándose importancia porque iba los sábados a hacer la compra y no diferenciaba
una col de una colifor ni un arco iris del cielo de un arco iris en un charco,
y es que lo suyo era el realismo sucio, más bien el realismo puerco y la
exactitud numérica.
Bueno, dejemos al poeta con sus
pensamientos que nada nos importa y su insistencia de chatarrería y basureros y
matrículas de coche y goles heroicos y autobombo y platillo. Aquí quien nos
interesa es Mary la Cani, que no temía el gran apagón porque ella vivía en la
periferia mortecina donde ladran los perros como señoras bien que hubieran
encontrado el feminismo como una inversión para su propio beneficio. ¡Oh,
maldita burguesía! Cantaría el gran Georges Bressens, ese sí que era un señor
poeta y no el mezquino poetilla que todavía tomaba Cola-Cao y no café con leche
como hacen los grandes cantautores. Bueno, dejemos al poetilla que aquí quien
nos interesa es el agua clara de Mary la Cani, la de largas uñas rojas y
tatuaje en el pecho de un corazón azulado y latente.
Mary la Cani cantaba por los Chunguitos
sin saber que sus estrofas eran pura mística. ¿Qué iba a pensar ella que,
arrebatado, un día, un señorito de las casas de ricos le pediría que se pusiera
un antifaz negro y le diera una chupaita en el pirulí? Ella soñaba con que
alguien le dijera que se había enamorado del tinte rojizo de su mata de pelo,
pero no, los tíos le enseñaban un muestrario sado-maso y la invitaban, de vez
en cuando, a un latigazo.
Mary la Cani tenía en su cabello el
olor de los solares abandonados, de las solitarias, frías y nocturnas paradas
de autobús que la llevaban hasta el derecho a la ciudadanía para todos menos
para ella. Ella que un día se enfadó tanto tanto que mezclo la basura inerte
con la orgánica y mientras iba al contenedor, mascando chicle con la boca
abierta, se cagó en los muertos de todos los políticos. Porque nadie, esto es
cierto, nadie se acordaba de ella ni de su distrito en el extrarradio de la
bella ciudad turística con calles peatonales y luces a reventar.
Un día decidió ver el telediario,
enseguida se dio cuenta de que Juanma Moreno, presidente de la Junta de Andalucía,
llevaba trajes buenos y que ella servía para ministra de economía. Entonces, ni
corta ni perezosa, en las siguientes elecciones votó por ella misma y en el
dorso de la papeleta puso en mayúsculas: YO.
Ese fue el inicio de la gran aventura
de Mary la Cani que además se compró un lubricante vaginal de los buenos para
los días en que el estrés le llegaba hasta sus partes, y también se compró una
barca inflable en el Leroy Merlín donde halló los brazos de un carpintero que
no le imponía que se pusiera tanguitas negros sino blancos como su dientes, que
eran perlas hermosas y no descritas aún como las tierras inexistentes.
Este es el fin y el principio de Mary
La Cani, revolucionaria extrema, mujer brillante que tenía los ojos color
aguamarina y las manos sequitas de tanta lejía. Sí, este es el fin de Mary la Cani
o el principio de ella que también se convirtió en poetiza y su primer verso
escrito fue delirante y fastuoso. Así decía: “¿Si me muero dejad el Spotify
abierto!
Actividad a la que fui invitada por la escritora María Pizarro |
Y a la que me dio una sorpresa con su asistencia mi queridísima amiga Victoria