sábado, 11 de junio de 2022

Mary la Cani, la Reina de la Periferia. Poema Océano leído el 19 de Noviembre de 2021 en el acto "Conmigo misma" en la Biblioteca Central de Córdoba

 


Esta es la historia de Mary la Cani, una de esas muchachas que quisieran arañar el cielo con sus uñas superlativas, ella llevaba leggins y la barriga ceñida con camiseta negra como si fuera la cantante Rosalía.

 

         ¡Oh, Mary la Cani merecería ser la protagonista de un buen blues nostálgico como un sueño mojado de valentía o un güisqui que se tomara en los días de accidentada desesperación! A Mary la Cani la humillaban todas las jornadas cuando iba a limpiar por horas al Barrio Alto desde donde se ve el mar de un verde acharolado. Ella que quería ser cajera del Carrefour, pero a lo que más llegó fue a que un poeta le escribiera un soneto. Ella no sabía lo que era un soneto, lo grave es que el poeta tampoco. El poeta era muy moderno, amo de casa o amo de caso si utilizamos el lenguaje inclusivo, dándose importancia porque iba los sábados a hacer la compra y no diferenciaba una col de una colifor ni un arco iris del cielo de un arco iris en un charco, y es que lo suyo era el realismo sucio, más bien el realismo puerco y la exactitud numérica.

 

         Bueno, dejemos al poeta con sus pensamientos que nada nos importa y su insistencia de chatarrería y basureros y matrículas de coche y goles heroicos y autobombo y platillo. Aquí quien nos interesa es Mary la Cani, que no temía el gran apagón porque ella vivía en la periferia mortecina donde ladran los perros como señoras bien que hubieran encontrado el feminismo como una inversión para su propio beneficio. ¡Oh, maldita burguesía! Cantaría el gran Georges Bressens, ese sí que era un señor poeta y no el mezquino poetilla que todavía tomaba Cola-Cao y no café con leche como hacen los grandes cantautores. Bueno, dejemos al poetilla que aquí quien nos interesa es el agua clara de Mary la Cani, la de largas uñas rojas y tatuaje en el pecho de un corazón azulado y latente.

 

         Mary la Cani cantaba por los Chunguitos sin saber que sus estrofas eran pura mística. ¿Qué iba a pensar ella que, arrebatado, un día, un señorito de las casas de ricos le pediría que se pusiera un antifaz negro y le diera una chupaita en el pirulí? Ella soñaba con que alguien le dijera que se había enamorado del tinte rojizo de su mata de pelo, pero no, los tíos le enseñaban un muestrario sado-maso y la invitaban, de vez en cuando, a un latigazo.

 

         Mary la Cani tenía en su cabello el olor de los solares abandonados, de las solitarias, frías y nocturnas paradas de autobús que la llevaban hasta el derecho a la ciudadanía para todos menos para ella. Ella que un día se enfadó tanto tanto que mezclo la basura inerte con la orgánica y mientras iba al contenedor, mascando chicle con la boca abierta, se cagó en los muertos de todos los políticos. Porque nadie, esto es cierto, nadie se acordaba de ella ni de su distrito en el extrarradio de la bella ciudad turística con calles peatonales y luces a reventar.

 

         Un día decidió ver el telediario, enseguida se dio cuenta de que Juanma Moreno, presidente de la Junta de Andalucía, llevaba trajes buenos y que ella servía para ministra de economía. Entonces, ni corta ni perezosa, en las siguientes elecciones votó por ella misma y en el dorso de la papeleta puso en mayúsculas: YO.

 

         Ese fue el inicio de la gran aventura de Mary la Cani que además se compró un lubricante vaginal de los buenos para los días en que el estrés le llegaba hasta sus partes, y también se compró una barca inflable en el Leroy Merlín donde halló los brazos de un carpintero que no le imponía que se pusiera tanguitas negros sino blancos como su dientes, que eran perlas hermosas y no descritas aún como las tierras inexistentes.

 

         Este es el fin y el principio de Mary La Cani, revolucionaria extrema, mujer brillante que tenía los ojos color aguamarina y las manos sequitas de tanta lejía. Sí, este es el fin de Mary la Cani o el principio de ella que también se convirtió en poetiza y su primer verso escrito fue delirante y fastuoso. Así decía: “¿Si me muero dejad el Spotify abierto!


Actividad a la que fui invitada por la escritora María Pizarro


 

Y a la que me dio una sorpresa con su asistencia mi queridísima amiga Victoria