Creo que fue en el libro Interpretación y análisis de la obra
literaria de Wolfgang Kayser que leí, hace más de treinta años, aquello de que la
estructura de El Lazarillo de Tormes
venía dada por su personaje principal, y que es el propio Lazarillo, gracias a
su recorrido, quien nos lleva a visitar distintos espacios sociales, desde el del
hidalgo hasta el del ciego, convirtiendo la obra en un mosaico. Pues bien, gracias
a las aventuras de Beatriz Pantaleón tenemos constancias de sus propias
observaciones en cada uno de los escenarios en que se mueve. Su obra goza de cierta picardía y rezuma la naturalidad de quien describe lo
que ve sin preguntarse otra cosa que la certeza de sus propios análisis, que es
la forma más honesta de ser testiga de la realidad. De ahí manan sus travesuras.
Su libro La Exposición está dividido en tres partes: “Retratos,
Autorretratos y Bodegones o Naturaleza Muerta” y, aunque le debe al mundo de la
pintura esta división, el texto no se muestra como una serie de escenas
inconexas sino que la autora nos lleva del hilo de su yo para pasearnos por las estancias de las vivencias aceptadas.
Beatriz Pantaleón Ortega es una joven
escritora que elige la valentía y se desenvuelve por el camino del conocimiento
de sí misma buscándose constantemente el respeto. Esa es su verdadera aventura,
su verdadero viaje iniciático: el encuentro con ella misma. Y no le importa lo
que encontrará, se siente preparada para cualquier cita con su ser, lo que
importa es esa voluntad con la que vive, ese momento en medio del campo de batalla
que es el hoy de una chica insumisa con la rutina.
La historia se despliega por tanto
entre las inseguridades del mundo moderno y la sensibilidad para hacer bella
esa “exposición” que visitamos a través
de sus ojos. Esa “exposición” cuidada de sí misma, de ahí que haya dicho anteriormente
que se guarda respeto, y añado que su propuesta literaria lleva añadida la
lucha por la dignidad. Eso lo hace con un lenguaje claro, límpido, que llena de
una sonrisa la historia: sus vivencias en el Madrid de hoy, su carrera de
actriz, sus análisis optimistas y conjugados con lo natural, su empecinamiento
en sembrar bonanza.
Considero que este libro es un buen
regalo para aquellas que quieren descubrir los chispeantes razonamientos de una
joven que, como la comiquera Gabrielle Bell, nos hace sentir que no estamos
castigados a leer esforzadamente sino que el lenguaje ha nacido para saborearlo
como una limonada. Feliz lectura y buena manera de permanecer despierta ante la felicidad que, desenvuelta, proclama.