sábado, 7 de diciembre de 2019

Beatriz Pantaleón Ortega, novelista


         Creo que fue en el libro Interpretación y análisis de la obra literaria de Wolfgang Kayser que leí, hace más de treinta años, aquello de que la estructura de El Lazarillo de Tormes venía dada por su personaje principal, y que es el propio Lazarillo, gracias a su recorrido, quien nos lleva a visitar distintos espacios sociales, desde el del hidalgo hasta el del ciego, convirtiendo la obra en un mosaico. Pues bien, gracias a las aventuras de Beatriz Pantaleón tenemos constancias de sus propias observaciones en cada uno de los escenarios en que se mueve. Su obra goza de cierta picardía y rezuma la naturalidad de quien describe lo que ve sin preguntarse otra cosa que la certeza de sus propios análisis, que es la forma más honesta de ser testiga de la realidad. De ahí manan sus travesuras.

         Su libro La Exposición está dividido en tres partes: “Retratos, Autorretratos y Bodegones o Naturaleza Muerta” y, aunque le debe al mundo de la pintura esta división, el texto no se muestra como una serie de escenas inconexas sino que la autora nos lleva del hilo de su yo para pasearnos por las estancias de las vivencias aceptadas.

         Beatriz Pantaleón Ortega es una joven escritora que elige la valentía y se desenvuelve por el camino del conocimiento de sí misma buscándose constantemente el respeto. Esa es su verdadera aventura, su verdadero viaje iniciático: el encuentro con ella misma. Y no le importa lo que encontrará, se siente preparada para cualquier cita con su ser, lo que importa es esa voluntad con la que vive, ese momento en medio del campo de batalla que es el hoy de una chica insumisa con la rutina.

         La historia se despliega por tanto entre las inseguridades del mundo moderno y la sensibilidad para hacer bella esa “exposición” que visitamos a  través de sus ojos. Esa “exposición” cuidada de sí misma, de ahí que haya dicho anteriormente que se guarda respeto, y añado que su propuesta literaria lleva añadida la lucha por la dignidad. Eso lo hace con un lenguaje claro, límpido, que llena de una sonrisa la historia: sus vivencias en el Madrid de hoy, su carrera de actriz, sus análisis optimistas y conjugados con lo natural, su empecinamiento en sembrar bonanza.


         Considero que este libro es un buen regalo para aquellas que quieren descubrir los chispeantes razonamientos de una joven que, como la comiquera Gabrielle Bell, nos hace sentir que no estamos castigados a leer esforzadamente sino que el lenguaje ha nacido para saborearlo como una limonada. Feliz lectura y buena manera de permanecer despierta ante la felicidad que, desenvuelta, proclama.