¡Qué hermoso es bailar cuando se es
joven y se enreda en tu pelo el azul intenso de la noche! Cuando todas las
estrellas parecen para ti y llega el frescor del amanecer bajo tu ventana y
esparce su olor a macetas recién regadas. Cuando las ramas de los árboles se
mecen oscurísimas y las luciérnagas derrochan sus simpatías. Cuando todo son
mapas, ensoñaciones y futuro.
¡Qué hermoso es bailar con el halo de
la madurez, luciendo los vestidos estampados, llenos de júbilo y algunas
certezas! ¡Qué bonito es bailar! Los viejos y las viejas lo saben bien y se
deleitan en sus excursiones con los ritmos que aman.
Pero llegará un día en que no tengamos
fuerza para la danza: el arte más sutil. Llegará un día que seamos seres
dependientes, seres que están ahí echados en la cama esperando que alguien
quiera asearlos. Seres que un día bailaron e, incluso, fueron valientes para el
amor. Seres que conocieron la vida plena. Eso nos dice la pintora Virginia
Bersabé en su exposición Morada al sur
que tiene lugar en la Fundación Gala hasta el día 2 de noviembre.
Cuadros de una clarividente realidad,
de concretos colores que anuncian la llaga y manifiesta el dolor, y el dolor, y
la repetición de la nada. Imágenes que me retrotraen al cuerpo menudo de mi
bisabuela, al sentido de la decrepitud y a preguntarme para qué sirve existir
así.
En nuestras ciudades duras, de asfalto
y luces titubeantes, de hormigón y automóviles, de no pararnos ante quienes
piden, ¿qué lugar les hemos dejado a los cuidadores y las cuidadoras? Eso
también me lo preguntaba mientras mi mirada repasaba los lienzos y me decía:
¿cómo una mujer tan joven ha podido utilizar el pincel tan certeramente? Y salí
de allí, al aire de la calle esperando encontrar la vida sabiendo que lo que
había dejado era también la existencia y sus derroteros.
¡Qué hermoso es bailar, mover las manos
y los pies, correr y montar en bicicleta, admirar la danza ya que no has podido
pertenecer a ella, respirar el aire húmedo, ver jugar a los niños y las niñas,
escuchar música, saber acompañar al doliente! Eso me trajo la obra de Virginia
Bersabé: las ganas de bailar y de aprovechar el momento, de oler rosas rojas y
blancas y, sobre todo, siemprevivas.