Existe
algo en nuestros modales que huele a pasado, algo que necesariamente nos
debíamos haber quitado de encima hace tiempo. Esa herencia, esa forma de contar
y de no meterse en líos, ese abstenerse preventivamente es lo que nos convierte
en falsamente equidistantes, exasperados individualistas e ignorantes
políticos, es decir, como se decía en la antigua Grecia: Idiotas.
Franco supuso para España un proceso
educacional que se reía de la espontaneidad de la Residencia de Estudiantes y
del deleite de aprender, olvidó y nos hizo olvidar el Lyceum Club Femenino y se
impuso la forma narrativa estructural y vociferante de la dictadura, el estilo Queipo de Llano. (Hay que nombrar a Jacques Prévert y su poema La Crossse en l´Air y su voz para los que no tenían voz en el 36). ¿Por qué
somos un país que grita tanto como si quisiéramos aligerar el trabajo a los espías?
¿Por qué tenemos esa torpeza en el hablar que nos hace desabridos y cortantes?
¡Qué diferencia con el español de América!
Somos como esa cantante que se perdiera
en los pasillos del teatro porque estamos enamorados del fracaso, esa cantante
disfrazada de Brunilda que aparece en la obra de Tomeo Los misterios de la Ópera. Somos una sociedad que no quiere llegar
hasta las últimas consecuencias o ¿habremos roto, esta tarde de otoño, el
maleficio? Espero que sí.
La dulce lágrima de las radionovelas se
coló en nuestro relato, los gestos histriónicos abundaban en el pseudointelectual,
la mágica coincidencia era el lugar del suspiro y la copla, el servilismo la
gimnasia.
Y esta tarde de otoño hemos crecido
alejando del honor al dictador, pero no estamos contentos. ¿Por qué no saltamos
de alegría? Ha tardado mucho el beso de la justicia, ya nos ha pillado casi
dormidos, ya han hecho efecto las pastillas del no recordarán. Pero no, tenemos que despertar: Ahora solo queda
eliminar el tejido que nos ata con el aliento de la mentira, hay que coger el
bisturí, dar la bienvenida a la salud y adoptar costumbres calmadas, entre
ellas no gritar y hablar como la fuente que fluye en la naturaleza.
Cuando pienso en la humildad veo a una
vieja vestida de negro, con su delantal encima y cortando pan con una
navajilla; esa es la imagen de lo digno, de la sencillez y el agua clara. Habla
Daniele Giglioli en Crítica de la víctima: “…la víctima es tal porque ante todo está
obligada a callar, a no ser escuchada, a verse privada del poder del lenguaje.
Hablar es la primera forma de agency.
La víctima es un ´in-fante´. Los nazis lo sabían bien: si lo contáis, nadie os
creerá.”