Tuvimos
todos juntos una gran ilusión: queríamos vivir en un país democrático. Hicimos carteles
imaginativos, celebramos mítines acompañados por música y mostramos nuestra
gran ingenuidad a los poderes económicos. Pero un día vino la desgana:
cometimos grandes errores y no supimos pedir perdón. A ese estado de ánimo le
podemos llamar jactancia.
Mientras la científica Margarita Salas
seguía con sus investigaciones. ¡Cuánto debemos aprender de ella! Decía que
quería ser recordada por su honestidad. Eso sí que es un buen ejemplo, una
conducta honrada. Palabras que hoy se vacían porque no queremos hacer el
esfuerzo de pensar. Preferimos hacernos el tonto, creer lo no contrastado,
vivir con la ansiosa rabia del resentido y prestar oídos a quienes siembran la
desasosegante inquietud del espectáculo bajuno.
Tenemos que frenar a esas gentes que
han manchado la noble raíz de la política, quienes proponen soluciones
arbitrarias salidas de una chistera de un mal mago. Y la única manera de frenar
a quienes no reflexionan sobre la gratitud que merecen nuestros ingenuos
antecesores es votando.
Debemos alejarnos de lo tragicómico, esa
es la tarea que tenemos este domingo. Alejarnos de la mirada cuajada de cinismo
y furia. Arrinconar la ultraderecha y no permitir que sus manos confusas toquen poder. Decirles, con la serenidad de los votos, que no nos gustan sus formas.
Hemos de votar con la madurez de haber
comprobado que perdimos la inocencia, y esa ilusión perdida debe ser el punto de
apoyo que nos sustente en la cordura, en ser mucho más responsables que nuestros
dirigentes, que no se han querido poner de acuerdo y nos han lanzado la pelota
a nosotras. Nosotras que responderemos sin ansiedad, con la necesidad de que
nuestra voz sea escuchada y, lo que es más importante, respetada.
Sin jactancia, sin hacerles el juego a
quienes nos quieren llevar a una sociedad delirante y pretenden tratarnos como
un rebaño sin inteligencia. Sí, seremos un rebaño pero dulce y tierno. Un
rebaño que late y respira, que por las tardes busca los últimos rayos de un sol
benevolente. Un rebaño que ama la integridad de las personas, la mansedumbre de
los hombres buenos, la inquietud investigadora de quienes se dedican a la
ciencia. El rebaño de las buenas intenciones y de la escucha atenta. Estamos
conviviendo día a día. Nosotros, los de abajo: hablamos, hacemos negocios, nos
saludamos entre la gente de bien. No hay que desesperarse, ¿por qué no van
aprender los políticos de la conducta de su pueblo? Hemos demostrado entereza e
inteligencia a través de nuestra pequeña historia del quehacer democrático. Sólo
tenemos que dejar fuera a los que siembran cizaña, a los que se hacen los
tontos y nos embadurnan de falsedades, a los que quieren empequeñecernos y
hacernos dudar y convencernos de que sus no-ideas son ideas. Perdonen, señores
de la ultraderecha, pero alguien tenía que decírselo: Ustedes no saben pensar. Para
pensar se requiere un grado de afecto por el bien común que ustedes desconocen,
y lo que es más grave: desprecian tanto la inteligencia que sólo hallan en la
crueldad refugio.