sábado, 19 de febrero de 2022

Patriotismo de cañita, bodega y botellón



He leído en estos meses dos libros dedicados a la adicción. Uno es severo, exhaustivo, abismal, bien documentado y femenino, quiero decir que se estudia el apego al alcohol de una forma que nunca se había hecho: analizando el sujeto como mujer que padece esa enfermedad. Se trata de La huella de los días. La adicción y sus repercusiones de Leslie Jamison, autora también del hermoso ensayo El anzuelo del diablo. Sobre la empatía y el dolor de los otros, una escritora que admiro porque es valiente narrativamente hablando y fresca y profunda. Y es que el alcoholismo, como todo, tiene impronta machista y han olvidado, los estudiosos del tema, las particularidades que sufre la mujer enganchada a esta sustancia siendo, por otra parte, doble o triple el estigma que ellas, las alcohólicas, padecen.

 

            El otro libro es Yo, adicto. Un relato personal de dependencia y reconciliación. Siendo este texto más ligero no deja por ello de ser interesante y nos muestra, con el respeto del que ha encontrado la salida, una confesión sobre el mundo de las adicciones y los centros de recuperación que ayudan y encauzan a los enfermos. Este libro es de Javier Giner.

 

            En un mundo, el nuestro, que se miente a sí mismo y que vive, gracias al estrés, como si estuviera en una permanente resaca, es de agradecer que haya escritores que se preocupen de este mal del siglo que son las adicciones a pantallas, drogas o lo que sea. Por otra parte, me parece una irresponsabilidad que nuestros políticos de patria chica y grande quieran pasar licores y vinos, cervezas y etc. como inofensivos líquidos dignos de defender a ultranza por encima de la verdad de sus consecuencias. Es el nacionalismo de la cañita, del erudito en caldos y grados, olores de barrica y desconocedor de los versos cristalinos de Machado: “Donde hay vino, beben vino;/donde no hay vino, agua fresca”.

 

            Y eso es esencialmente lo que se nos está olvidando: el agua fresca, la sencillez de estar despierta y descansada, creo que se debería escribir en pancartas nuestro derecho al reposo sobre la alfalfa o la necesidad de beber de buenas fuentes. No caigamos en los vicios que los hombres han promovido simplemente por una visión confusa de la igualdad. No hagamos que nuestros menores copien lo peor de nosotros y aprendan desde pronto el divertimento del botellón, que no es divertimiento sino una especie de antesala de la cobardía de ser uno mismo.

 

            Bebamos con moderación, invoquemos que los lugares de socialización huelan a limpio, que no dejen atrás plásticos y litronas, salud y vasos. Bebamos con moderación en los lugares donde la edad madura se esconde a tomar sofisticados gin-tonics, carísimos güisquis y decisiones perturbadas por la combinación de los grados. Demostremos a nuestros hijos e hijas que hay una cosa que se llama serenidad y que es eso lo que merece nuestro cultivo.