He
leído en estos meses dos libros dedicados a la adicción. Uno es severo,
exhaustivo, abismal, bien documentado y femenino, quiero decir que se estudia
el apego al alcohol de una forma que nunca se había hecho: analizando el sujeto
como mujer que padece esa enfermedad. Se trata de La huella de los días. La adicción
y sus repercusiones de Leslie Jamison, autora también del hermoso
ensayo El anzuelo del diablo. Sobre la empatía y el dolor de los otros,
una escritora que admiro porque es valiente narrativamente hablando y fresca y
profunda. Y es que el alcoholismo, como todo, tiene impronta machista y han
olvidado, los estudiosos del tema, las particularidades que sufre la mujer
enganchada a esta sustancia siendo, por otra parte, doble o triple el estigma
que ellas, las alcohólicas, padecen.
El otro libro es Yo, adicto. Un relato personal
de dependencia y reconciliación. Siendo este texto más ligero no deja
por ello de ser interesante y nos muestra, con el respeto del que ha encontrado
la salida, una confesión sobre el mundo de las adicciones y los centros de
recuperación que ayudan y encauzan a los enfermos. Este libro es de Javier Giner.
En un mundo, el nuestro, que se
miente a sí mismo y que vive, gracias al estrés, como si estuviera en una
permanente resaca, es de agradecer que haya escritores que se preocupen de este
mal del siglo que son las adicciones a pantallas, drogas o lo que sea. Por otra
parte, me parece una irresponsabilidad que nuestros políticos de
patria chica y grande quieran pasar licores y vinos, cervezas y etc. como inofensivos
líquidos dignos de defender a ultranza por encima de la verdad de sus
consecuencias. Es el nacionalismo de la cañita, del erudito en caldos y grados,
olores de barrica y desconocedor de los versos cristalinos de Machado: “Donde
hay vino, beben vino;/donde no hay vino, agua fresca”.
Y eso es esencialmente lo que se nos
está olvidando: el agua fresca, la sencillez de estar despierta y descansada,
creo que se debería escribir en pancartas nuestro derecho al reposo sobre la
alfalfa o la necesidad de beber de buenas fuentes. No caigamos en los vicios
que los hombres han promovido simplemente por una visión confusa de la
igualdad. No hagamos que nuestros menores copien lo peor de nosotros y aprendan
desde pronto el divertimento del botellón, que no es divertimiento sino una
especie de antesala de la cobardía de ser uno mismo.
Bebamos con moderación, invoquemos
que los lugares de socialización huelan a limpio, que no dejen atrás plásticos y
litronas, salud y vasos. Bebamos con moderación en los lugares donde la edad
madura se esconde a tomar sofisticados gin-tonics, carísimos güisquis y
decisiones perturbadas por la combinación de los grados. Demostremos a nuestros
hijos e hijas que hay una cosa que se llama serenidad y que es eso lo que
merece nuestro cultivo.