Siempre
he pensado que si admitiéramos en el conjunto de la filosofía los conocimientos
de las teorías de género como un paso grandísimo en la historia del pensamiento
los asesinatos de mujeres se verían reducidos notablemente. Claro, eso supondría
reconocer la violencia estructural hacia el sexo femenino y reconocer también
que somos dueñas de un sujeto que ha sido capaz de analizar la realidad bajo la
perspectiva, clara y liberadora, de un movimiento que supone un salto
meditativo en la línea teórica del mundo de las ideas. Ahí es nada. Eso, y que
los padres no enseñen a sus hijos la afectada y falsa mansedumbre de la falta de respeto cotidiano. Sí, sería una buena fórmula para
que se avanzara desde la raíz y no desde el efectismo televisivo o la
ignorancia judicial o el descaro que molesta continuamente llamando, erróneamente,
machismo de baja intensidad a lo que a todas luces es machismo a secas.
Sería hermoso educar en el no
aprovecharse de la otra, ya sea bajo la violencia, ya bajo la cortesía ñoña y
alentada por un pseudosaber que heredamos de poetas que nos querían mudas y
angelicales.
Pienso en Laura, pienso en tantas
mujeres que corren sin parar, sin hallar la alegría de ver resquebrajarse este
muro infernal que les impiden llegar a la meta del merecido respeto. Pienso en
tantas jóvenes que conozco que quieren oler el aire fresco de los pinos,
visitar los arroyuelos, andar libres por el campo sin sentir el aliento de los
salvajes en su nuca. Pienso en la falta cultural tan grande que es no conocer a Simone de Beauvoir o Rosalía de Castro, su hermosa Carta a Eduarda que es filigrana fina. Pienso en la torpeza egotista de los que tratan a las mujeres como víctimas, que las hacen víctimas, mientras aconsejan a los hombres que se ufanen de sus conquistas. Pienso en la torpeza arquitectónica y
política que hace que en cada ciudad se descuide el nombre de las calles y no
tengamos, en cada pueblo, una plaza Ana Orantes. Pienso y de tanto pensar me
desagradan los chistes groseros de esos escritorcillos, superventas del relato
plano y decimonónico, que se burlan de nuestro sexo, nuestro olor o nuestros
andares. Siento ganas de llorar y de escribir sin parar, que es mi forma de luchar, cuando veo las pasarelas llenas de niñas
delgadísimas alimentadas por una idea aniquiladora del cuerpo de las mujeres,
que no es nada alejado ni otra cosa que nosotras mismas por mucho que se empeñen los grandes diseñadores.
Hoy ha sido Laura, mañana puede ser
cualquiera, esta es una frase repetida y repetida. Todas nos hemos sentido en alguna ocasión perseguidas, importunadas
por algún piropo brutal o azucarado con supuesta caballerosidad. Hoy ha sido
Laura y sólo tenemos un arma para defendernos: la sororidad. Que sepamos las
unas de las otras y cuanto más sepamos mejor. Que seamos redes tupidas.
Que descanse en paz la joven Laura, y
que los medios de comunicación no hagan negocio de su asesinato, ni los
partidos demagogia barata antes de reconocer que lo que necesitamos es que el
feminismo entre en las escuelas como la mejor sabiduría que le podemos enseñar
a nuestros hijos e hijas, para que ellos vivan una vida más humana, para que
ellas tengan un seguro de vida.