Apareció
un día en el taller de escritura que yo estaba impartiendo para la Asociación
Hasday. Y su fuerza era tan grande como la de un volcán hechizado por años, un
volcán de sus Islas Canarias que ella quiere tanto. María Romera Bodoque tiene
el don de las palabras, siempre le he dicho que es un Víctor Hugo, torrencial
en sus verbos, arrolladora en sus relatos. Ella no se achanta ante nada y lo
mismo compone un hermoso poema sentimental y reivindicativo de sus juegos de
infancia que nos narra las idas y venidas de los seres que componen un tablao
flamenco, en medio de un patio, en medio de la vida.
Ella no ha necesitado maestros, su
intuición lo puede todo y participa con éxito en todo lo que se proponga porque
sus venas son arroyos de generosidad, y lo mismo acoge a sus hijos y a sus
nueras que le hace espacio a la amistad y a su labor poética.
Ha vivido el dolor y la alegría a
raudales, ha probado lo malo y lo bueno de la vida y nada le hará cansarse de
vivir, porque ella ama la vida sobre todas las cosas. Y nunca deja su labor literaria, dándole existencia al dolor que retuerce y a la risa que invade. Ella es el optimismo sin fin. Por eso me
gustaría que nos hablara de la
felicidad que ella sólo sabe percibir, con la sencillez que ella sabe darle a
sus escritos, con la vitalidad que le da a sus diálogos.
Ella, que es incontenible, debe
narrarnos sus aventuras de niña, aquella niña que no tenía muñeca y que, sin
embargo, no paraba de jugar con los verbos. Te quiero mucho María Romera
Bodoque, todo el mundo que te conoce acaba queriéndote. Y tú, que no tienes
miedo a nada, nos enseñaste a todas que eso del miedo escénico es una tontería,
que la escritora debe decir con valentía y que no hay barreras cuando una
quiere contar, porque eres una mujer voluntariosa y tienes que poner toda la
voluntad en seguir escribiendo y decirnos cómo ves tú la naturaleza, los
pájaros y la amistad. Por eso te pido desde aquí que nos cuentes tus amores y que no te
guardes nada para ti, porque tú has hecho lo imposible y lo seguirás haciendo. Que nos cuentes tus experiencias, esas experiencias originalísimas que no podremos ver en ninguna televisión pero que son valiosas, porque o las narras tú o no lo hace nadie.
Y es que estas mujeres de la edad de
nuestras madres, las que se han criado sin televisión y sin lujos, llevan
dentro de sí un diccionario que no hay que dejar escapar. Algún día la historia
de la literatura tendrá que asumir esas escrituras que ha dejado que se pierdan en
beneficio de una intelectualidad mal interpretada.
Escuchemos a esas mujeres, que como
María Romera Bodoque, tienen la capacidad de expresar las historias de aquellos
años en que querían hacerlas invisibles y, sin embargo, ellas a través de la
cocina, de la limpieza, de la costura y de sus chascarrillos y cuentos han
conseguido trasmitirnos lo que esencialmente son: icebergs que despuntan entre
las aguas. Mujeres que no consintieron en quedarse calladas y que hoy nos
ofrecen a través de sus creaciones una lección de vida y generosidad que ningún
manual de literatura recoge, pero que debía recoger. Lo dicho: Escritora María Romera Bodoque, a seguir
escribiendo.
María Romera Bodoque recitando su poema La Muñeca, que se sabe de memoria. |