En
mi casa queremos mucho el Castellano, a nosotros nos parece un idioma muy
completo, perfecto incluso para hablar con Dios si Dios existiera, probablemente
sí. Hay gentes que no quieren que el idioma crezca, que se quede donde está,
nosotras no somos de esas, vemos venir las invasiones a lo lejos y las
remediamos con creatividad. Todavía recuerdo el día en que mi abuela Aurora fue a
Málaga con mi hermano, entraron en una mercería y ella, toda resuelta, dijo: “Señorita,
por favor, podría darme unas medias conejeras”. Mi hermano se puso de todos los
colores y, casi sin voz, le explicó a la dependienta que lo que mi abuela quería
era unos panty. Ningún académico hubiera podido dar una definición más exacta.
Mi
madre. Que estuvo bastante tiempo en Francia y que consiguió con empecinado
orgullo no decir ni una palabra de francés le llama al bidé el “lavafruta”. En
fin, que siempre que podemos utilizamos nuestras palabras y nos dejamos de
extranjerismos, ahora bien, si es necesario no dudamos en echar mano a ellos,
el caso es comunicarse. La lengua es la mayor democracia que existe y nos
encanta pertenecer a ella. Por eso soy escritora.
No
comprendemos a esas gentes que detestan los neologismos, es decir, las palabras
nuevas o los significados nuevos que se acogen a una palabra que existe ya o
que viene de fuera. Qué manía le tienen ciertas personas a la palabra
“matrimonio” cuando se utiliza para designar a parejas del mismo sexo. ¿Por qué
no admiten este neologismo de sentido
que lo que hace es agrandar su campo semántico para que quepamos todos? ¿En qué
momento los políticos que presentaron recurso contra la ley que admitía las
parejas igualitarias, con los mismos derechos y deberes, se convirtieron en malísimos
lingüistas y nos prohibían el paso a gais y lesbianas? ¿Y en qué momento dan
ese salto sobre una inmensa cama elástica que les impiden las heridas y deciden
utilizar esa ley y casarse después de haber denostado tanto su promulgación? Como
diría alguien de mi distrito, que no es precisamente muy céntrico, pero sí muy
avanzado en lo referente a la creación lingüística y a las buenas maneras: “Bienvenidos
al lugar donde llaman a las cosas por su nombre.”
Con
lo dura que es la invisibilidad y con lo que duele no existir, con lo pesada
que es la heterosexualidad de continuo, con lo bonito que son los confetis de
colores.... no sé cómo pueden seguir existiendo tantos individuos grises. Yo, que
por la presente estoy muy bien y que soy lesbiana, sólo puedo aconsejarles que
lean a mi estimada Monique Wittig que
entre otras hermosuras dice: “El pensamiento dominante se niega a analizarse a
sí mismo para comprender aquello que lo pone en cuestión”.