domingo, 4 de septiembre de 2016

Oralidad



         Sí, oradoras. Necesitamos oradoras en el Congreso que nos encaminen hasta el campo semántico de los cuidados. Necesitamos de una nueva oralidad, de una forma de decir respetuosa con la inteligencia de los oyentes, necesitamos acostumbrarnos a trazar senderos que nos saquen del lío del discurso publicitario. Oradoras diestras que profesen un inmenso amor por la palabra.


Habla Amelia Valcárcel en su libro Ética para un mundo global y dice que “Lo único que distingue a los términos morales de las exclamaciones es que, al proferirlos, los dotamos de una especial seriedad y urgencia, tal como señaló Stevenson. Simplemente al usarlos ponemos más énfasis, pero todo el mundo está en el secreto: lo que con ellos se pretende y también lo que con ellos se consigue no es más que denotar una actitud por parte del hablante y crear una influencia en el que escucha. Es decir, no se apela a ninguna verdad que suponga una concepción compartida de lo bueno ni de la vida correcta. No la hay.
Por eso nunca hay verdaderas discusiones morales, debates con argumentos, sino meramente intercambio de exclamaciones, eso sí, serias y urgentes. Y por eso nunca nadie convence a nadie y todas las discusiones morales siempre quedan abiertas y en tablas.”

Perdonen ustedes esta larga cita, pero es que no encuentro otro refugio para comprender los tiempos modernos. Hoy hay que coger el hilo para destejer, para arreglar el embrollo; pero aquí no somos capaces de deshacer así como así. Tenemos que tener paciencia, un bien caro hoy día: tener tiempo.

Y la vida, mientras tanto pasa, azul y admirada, por nuestro lado, riéndose de nuestras pequeñas infamias y nuestros grandes fracasos. Y el mar, cada día más contaminado, se ha convertido en nuestro gran asidero de producción. Lo peor es el desencanto, el individualismo que trenza profundas soledades como depresiones montañosas, y esa frivolidad que se instala entre nosotros casi sin darnos cuenta.

Hace falta analizar esa forma de decir que acaricia la vulgaridad, tendremos que proponernos una cuidadosa manera de nombrar lejos del melodrama y el aspaviento, más cerca de la tranquilidad y el goce y, por supuesto, alejada de la violencia. Lo que no puede ser es que nos apresuren el ritmo, que ya estemos pensando en Navidad y que la ansiedad nos haga ver el presente como algo de lo que huir sin saborearlo. 

        Sin darnos cuenta, siguiendo las leyes del mercado, y subidos en coches de alta gama, y si no son de alta gama tienen el deseo de serlo, todos hemos salido huyendo de la verdad inquieta que suponía admitirnos como somos, así hemos construido caretas y caretas y caretas que nos niegan el deleite del viaje de la amistad mientras las leyes de dependencia las vacían de contenido. Le hemos dado la espalda al placer ambiguo de ser de carne y hueso. Y, cegadas, las consciencias se pierden en un laberinto de infinitos maquillajes. Agua, necesitamos el correr armonioso de los ríos transparentes, y el platicar sin ese cinismo que se nos ha incrustado en lo más hondo y no nos deja ser mixturados y brillantes



Pintura realizada por Ocaña, de la reciente exposición en la Diputación de Córdoba