Como
una ciudad desdeñosa que despreciara su propia belleza se comportan muchas
veces las personas y no quieren ser para lo que han nacido: para jugar. Así nos
lo tienen demostrado los gatos y sus curiosidades o el andar recibidor de los
perros.
Es entonces cuando otoñea el árbol de
la palabra y de él caen los verbos no dichos, es entonces cuando nos acercamos
a los límites espinosos de la inhumanidad. El poder del silencio es inmenso, ya
lo describen Elias Canetti en La lengua
absuelta o Dulce Chacón en La voz
dormida. El silencio que mana de la fuente de cualquier opresión desdibuja
al que quiere ser hablante configurándolo incluso con dolores físicos.
Acojamos el juego de la democracia como
una continua ola que habla al alma, que nos rinda en la orilla de la mudez únicamente
cuando queramos descansar y, entonces, el silencio sea bienvenido como escenario
para contemplar los rugosos troncos, las nubes algodonadas, porque ese sí es el
silencio bello donde nos unimos con las raíces húmedas de la Tierra.
No
seamos tan efectistas, que el peso del decir nos dibuje a cada una y que la
mar, rotunda y azul, con su movimiento incansable, sirva de ejemplo de en qué
debe consistir la conversa. No huyamos de ofrecer a nuestros conciudadanos lo
mejor de nosotras mismas.
Y es entonces cuando apetece pasear,
descubrir pequeños tesoros, callejones de bienvenidas, fuentes a donde siempre
se regresa, plazas donde aún juegan los niños,
estaciones de ferrocarriles donde los viejos ven partir los trenes con
ilusión. Es decir, el sosiego. La mansa actividad que propicia la música y la lírica,
el chascarrillo, el chiste, la pequeña reflexión con alguien que nos encontramos
en la calle, el discurso político y su atril o la narración inmensa y
aventurera de la que dice lo que quiere. Y entonces es cuando el otoño estalla
con su luz menguada, pero tan querida.
Y en esos paseos por la ciudad
tranquila, llena de pronósticos de lluvia y de nuestras ropas variopintas
porque no hallamos la temperatura idónea, alguna vez, yo lo he visto, ha pasado
un ángel con su silencio sin ofensa.