¡Uf!
Creo que no debemos engañarnos. No.
Otra vez no, como cuando nos engatusaban con la idea de prosperar y las
ambiciones sólo generaban nuevas ambiciones. No, que nadie se equivoque, esto
no provocará una catarsis, simplemente porque no se ha cosechado en los campos
de la verdad de las tragedias sino en las eras de la picaresca.
Y nos llevan y nos traen, y nos llevan
y nos traen por las trochas difíciles del caos y la mala educación. Llevan años
de espaldas a la realidad porque nunca han querido escuchar nada fuera de su
prepotencia; sí, esa palabra se hizo célebre para referirse a ellos que
buscaban lo universal y complacer a la mayoría mientras bajábamos el listón de
todo: de las artes y de las casas de comida, de la política y de las estadísticas
que podían medir sinceramente cuáles son los padeceres de la ciudadanía.
El lenguaje de lo belicoso se está
usando con profusión y se habla de puñaladas traperas, de guerra entre
hermanos, de golpe de estado. Se consideran demasiado grandes para utilizar
palabras humildes. Y desde aquí leo La
Grecia antigua contra la violencia de Jacqueline de Romilly donde describe
cómo los hombres “desgarrados por las discrepancias” recibieron de Zeus algo que
constituyó su “salvación y su fuerza”, es decir: el pudor y la justicia. Pues
bien, estos socialdemócratas han perdido el anhelo por estos instrumentos y han
ganado la incapacidad absoluta de hacer cualquier autocrítica. Así, que no nos
extrañe que salgan de su sede abrazados y heridos, resacosos y con la mirada
perdida, cobijados en la capa del cinismo y el humor soez, una capa heredada de un abuelo cascarrabias que no se cansa de
chinchar ni de mirarnos por encima del hombro, un humor que no provoca risa. Pero ya no, ya nada será lo mismo, todos
sabemos que la confianza es una flor que requiere tiempo para madurar. Y la suavidad
de la sintaxis, para que se reponga, requiere menos celeridad, mucha menos
celeridad.