En
mi libro de séptimo de Educación General Básica venía la foto de una joven
poetisa china llamada Huang Chien Chu y debajo, tras una breve reseña
biográfica, aparecía un poema dedicado a una vaca; una vaca que iba a ser
sacrificada y que le recordaba a su amo los beneficios que había obtenido de
ella. Esa vaca quería, en su próxima vida, reencarnarse en un animal que
tuviera caparazón y escamas, no para hacer daño sino para protegerse.
Mi vestido protector ha sido siempre la
literatura y he pensado, con demasiada frecuencia, que la gente que lee tiende
hacia la bondad. Puede parecer un pensamiento simple, lo reconozco, pero me ha
servido de gran defensa y he caminado desinhibida, libre, por los senderos
literarios bordeados de flores diversas.
He leído a Al-Ghazali y también los
Nuevos Testamentos, los bélicos versos de la épica y las lamiosas servidumbres
del amor romántico, he entrado a castillos encantados y a países exóticos sin
necesidad de pasaporte, he vivido cien vidas y miles de experiencias, han
pasado por mí novelas memorables como las de Dostoievski o mi querida Virginia Woolf, la del mismísimo Cervantes.
He visitado teatros cuando leía obras dramáticas y he elegido a mis amores por
sus preferencias literarias. Pero nunca he olvidado a esa joven poetisa china
que leí cuando tenía el alma llena de ilusiones como si fuese la vela de un
barco que regresa. Un barco de hermosa estela azul turquesa.
Yo me encuentro en medio de esa estela,
siempre me han gustado las metáforas acuáticas, y desde aquí le hago burlas a
Dante y a su oscura senda en medio del camino, entre cielo e infierno. Y desde
esa estela, como si fuese una sirena, quiero cantarles y darles mi bienvenida
porque en este otoño, de nuevo, comienzo a escribir de libros, de bellas
canciones, de mujeres filósofas, de hombres buenos y de la mirada esperanzada
de aquellos que tocan la puerta del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, que traspasan las barreras, con ese alma generosa y emocionada
de los jóvenes que vienen a nuestra abundancia. Y seré una entre tantas
escritoras, no una sola como mi pobre poetisa china que estaba apenas
acompañada por alguna otra mística. Y es que, afortunadamente, somos muchas las
que nos dedicamos a este oficio generoso, para mí el oficio más bonito de la
redonda y azul y verde Tierra.