sábado, 13 de octubre de 2018

En medio de la estela


En mi libro de séptimo de Educación General Básica venía la foto de una joven poetisa china llamada Huang Chien Chu y debajo, tras una breve reseña biográfica, aparecía un poema dedicado a una vaca; una vaca que iba a ser sacrificada y que le recordaba a su amo los beneficios que había obtenido de ella. Esa vaca quería, en su próxima vida, reencarnarse en un animal que tuviera caparazón y escamas, no para hacer daño sino para protegerse.

         Mi vestido protector ha sido siempre la literatura y he pensado, con demasiada frecuencia, que la gente que lee tiende hacia la bondad. Puede parecer un pensamiento simple, lo reconozco, pero me ha servido de gran defensa y he caminado desinhibida, libre, por los senderos literarios bordeados de flores diversas.

         He leído a Al-Ghazali y también los Nuevos Testamentos, los bélicos versos de la épica y las lamiosas servidumbres del amor romántico, he entrado a castillos encantados y a países exóticos sin necesidad de pasaporte, he vivido cien vidas y miles de experiencias, han pasado por mí novelas memorables como las de Dostoievski  o mi querida Virginia Woolf, la del mismísimo Cervantes. He visitado teatros cuando leía obras dramáticas y he elegido a mis amores por sus preferencias literarias. Pero nunca he olvidado a esa joven poetisa china que leí cuando tenía el alma llena de ilusiones como si fuese la vela de un barco que regresa. Un barco de hermosa estela azul turquesa.

         Yo me encuentro en medio de esa estela, siempre me han gustado las metáforas acuáticas, y desde aquí le hago burlas a Dante y a su oscura senda en medio del camino, entre cielo e infierno. Y desde esa estela, como si fuese una sirena, quiero cantarles y darles mi bienvenida porque en este otoño, de nuevo, comienzo a escribir de libros, de bellas canciones, de mujeres filósofas, de hombres buenos y de la mirada esperanzada de aquellos que tocan la puerta del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, que traspasan las barreras, con ese alma generosa y emocionada de los jóvenes que vienen a nuestra abundancia. Y seré una entre tantas escritoras, no una sola como mi pobre poetisa china que estaba apenas acompañada por alguna otra mística. Y es que, afortunadamente, somos muchas las que nos dedicamos a este oficio generoso, para mí el oficio más bonito de la redonda y azul y verde Tierra.