El
alma de mi padre estaba dividida entre el pragmatismo libertario de El Cabrero
y el señorío místico de Arcángel. Y es que el flamenco era para él, como todo en
la vida, un ejercicio de flexibilidad; y esa ausencia de seriedad suya no era
más que elegancia del ser que vive para el arte. Y es que él se sentía parte de
la Tierra, vinculado a ella, y es que él se sentía parte de la mar de una forma
primigenia que los seres de hoy en día no comprenden, ni tan siquiera los
ecologistas llegan a captar esa pertenencia animal y deifica, que canta al sol
y a la luna, al pecho de las montañas y a la fuerza de los arroyos, a los
pastorcicos y pastorcicas, a la ingenuidad del cante hondo, que parece que
todas las palabras acaban de inventarse para ser acariciadas por la voz que se
alza, y se alza tanto y tan alto, tan alto y con tanta pureza que da nombre al
génesis de los misterios atmosféricos y a los hechos sencillos de las personas,
que han nacido para conocer esa sencillez.
Mi padre era camionero y tenía alma de
guía, cuando yo viajaba con él por esas carreteras hermosas, y me abrigaba en mi
silencio y en la contemplación absoluta, él siempre me interrumpía diciéndome: “Salvi,
dime algo aunque sea para ofenderme”. Y me señalaba las yeguas que había en el
camino, y las formas caprichosas de las piedras que formaban verdaderas
esculturas naturales, y parábamos en las fuentes a beber agua clara y fresca.
Procedía con rotundidad, como El Cabrero,
y le dijo a mi sobrina Alba, todavía siendo una niña pequeña, que fuera escritora. No sé lo que se
imaginaba qué era eso de dedicarse a la escritura, no sé cómo se imaginaba esta
profesión, lo cierto es que en mi casa siempre se han respetado las letras, y todos
hemos salido fantasiosos como seres que vivieran en los bosques mágicos de los
cantares. Y hemos salido delicados como los gestos de Arcángel que acaricia el
abecedario de los flamencos, como Mayte Martín que pide que le regalen la noche
con suavidad. Intuyo que para él la palabra "flamenco" era sinónima de libertad suprema, de fiesta
constante.
Y nuestro deseo mayor era tener ángel y
una guita para atarnos los pantalones. No necesitas más, con eso puede ser
feliz cualquiera. Eso y andar por el campo entre tomillos y jaras, entre el
espliego y los nísperos, cerca de las fuentes nemorosas, viendo cómo los
pájaros se arremolinan para, juntos, tener más fuerza, igual que la ciudadanía se
constituye en asociaciones diversas.
Y cuando llovía, mi padre era el
primero que salía con su paraguas en ristre, con sus botas de agua a ver por
dónde iba el nivel de agua del río Campanillas, y un entusiasmo súbito se apoderaba de todo él
mirando al cielo embebido y a la tierra añorante, con sus ojos color de dátil y su belleza de actor americano que
hubiera descubierto, en un instante, que la lluvia, como dice ese poema de
Borges, es algo que siempre sucede en el pasado.