En
el imaginario colectivo de todos los niños y niñas de mi edad está la figura
algodonosa de Platero, el burrito de Juan Ramón Jiménez, ese escritor que nos
proporcionó la alegría de ser de nuevo inocentes. Yo recuerdo que me lo
hicieron leer en octavo de E.G.B. y que hice un trabajo que le gustó mucho a Don
José Luis, estupendo profesor de literatura que me preguntó anécdotas de la
historia porque se creía que la redacción no era mía, comentaba cada capítulo
del libro reescribiendo su contenido y su serenidad y eso a él le mosqueó, no
creía que sus alumnos se hubieran comprometido tanto con la lectura, pero lo
cierto es que me cautivó la tarea: Le entregué unas cuartillas grapadas y
escritas a máquina, puse papel de calca y a él le di la copia azul, como si
fuera un libro.
Está tan en nuestro imaginario Platero
que el sueño de mi hermano y mío también es tener un burrito y atarnos el
pantalón con una guita, y pasear por los campos cogiendo hinojos u oliendo
rosas, viendo amaneceres con los labradores o atardeceres con los enamorados.
Otra entusiasta de Platero es mi
suegra, Remedios Fernández García, que fue concejala de Moguer en las primeras
elecciones municipales y que defendió los parques, las plazas y su existencia. Y
cada vez que vuelve a esa tierra, que es un parque temático de la humildad y el
buen gusto, alejada de Disneylandia y sus feroces imágenes, me trae un recuerdo
de esa ciudad cuyo lema es: “la luz con el tiempo dentro”. Y es que Juan Ramón
lo impregna todo, su excelencia cantarina y pura nos invade. Mira si estará presente
en la vida de sus habitantes que el paso de la borriquita del Domingo de Ramos
lleva, además de las figuras pertinentes, una niña con Platero juguetón y semi-protagonista.
Pero no todo va a ser Platero, que
también apetece tomarse un café en la Plaza del Marqués, plaza en la que figura
la estatua de la inteligentísima Zenobia de Camprubí, cada día más visible. Y
apetece ir al monasterio de Santa Clara o al convento de San Francisco o
visitar la iglesia de la Santa María de la Granada, y después tomar un
refrigerio o comer en una de sus tabernas que huelen a brasas, a lo primordial
del fuego.
Y si se puede hay que ir con amigos,
para compartir la comida y la alegría de la sencillez y hablar de asnografía y reír,
y agradecer a nuestros mayores que hayan cuidado este Moguer de blancura.
Foto realizada por el excelente artista conceptual Juan Pedro Arjona, más conocido como J.P. |