sábado, 21 de mayo de 2022

Angustias: Poema Océano

 


He aquí la historia de cómo entró la Diosa Pedantería en la ciudad:

         Una mañana, muy temprano, se despertó el fantasma de Angustias, antigua trabajadora del centro comercial Simago situado en la calle Jesús y María, enfrente del Teatro Góngora. Digo que se levantó el fantasma de Angustias y como todos los días laborables se fue a trabajar a dicha macrotienda con toda la honestidad posible en un tiempo en que a las pescadas se les quitaban los ojos para que los clientes no supieran si estaban o no frescas.

 

         A Angustias le daba igual que Simago llevara cerrado un porrón de años, también le daba igual ser una fantasma, ella era una cajera responsable más allá de la muerte y permanecía fiel a su labor tanto como a su tinte Rubio Apalache 530 con vetas amarillas nicotina.

 

         Angus, para las amigas y compañeras, llevaba años buscando el amor de su vida. Ella pensaba que el ideal era un dependiente del Corte Inglés de la sección de ropa de caballero, concretamente de trajes azules de Emilio Tucci. Pero por más que lo intentaba, y mira que se ponía a tiro, no conseguía llamar la atención de ninguno. Así que se conformó con salir con un reponedor del Mercadona que era fantasma igual que ella, pero un fantasma muy simpático que le traía los sábados por la tarde etéreo helado de turrón, que ambos devoraban mientras veían conciertos de Rapael en viejos videos del antiguo régimen. Rapael, que todo hay que decirlo, es un cantante fantasmagórico.

 

         Pues bien, una mañana de lunes, desasosegada como estaba la pobre Angus, llegó envuelta en una sábana ultrablanca a su puesto de trabajo y las demás compañeras de infortunio le preguntaron cómo le había ido el finde. Y ella contesto:

         -He estao todo el tiempo con la pipa hincá en el escay sin dejar de darle vueltas a mi vida. Quiero un cambio radical, estoy harta de ser una fantasma y de llevar el mismo tinte rubio apalache 530 desde que me salió la primera cana.


         En eso que entró en el supermercado un hombre muy culto a comprarse una corbata verde monarquía. Angus muy amable le preguntó que como había ido la obra de teatro que representaban en el Góngora, se ve que lo conocía. El hombre culto dijo: “La verdad es que no lo sé, me salí a la mitad.”


         Angus creyó ver en su respuesta un atisbo de pedantería, pero inmediatamente se pasó la mano por la frente como queriendo borrar un pensamiento demasiado crítico. El hombre debía de saber de lo que hablaba, llevaba perilla, un rasgo característico de los inteligentes, según ella.

 

         En fin que aquel lunes después del hombre extraordinario y medio culto, le cobró a un guapetón, que se lo tenía creído, un libro extraordinario, se trataba de La Cena, obra de Jean Claude Brisville estrenada en el teatro Monparnasse en 1989. A esa representación me consta que fueron la activista ecologista-feminista Carmela Román y la gran escritora Salvadora Drôme.

 

         Quiero decir que aquel guapetón que se lo tenía creído era otro trabajador fantasma de los centros comerciales, este portaba el uniforme de los empleados de Carrefour. Tal vez por eso le gustaba la literatura francesa o no, tal vez todo era postureo. El caso es que le propuso a nuestra Angus que se vieran en las afueras de la ciudad, en un lugar que ahora no puedo nombrar porque entonces se notaría que sé demasiado, ¡ea!, como si yo misma fuera una gestora cultural que lee los libros hasta el final.


         Angus se desparramó de contenta y supuso que por una vez en su vida de fantasma estaba en la no-muerte, así que robó del almacén un par de botellas de Moët-Chandon y se fue a la encrucijada sexual que le proponía el empleado de Carrefour sesión de electrónica y televisiones de plasma. Este empleado se llamaba Paul, le gustaba el fútbol, era portero del Anderlech y cuando tenía que parar un penalti el público le gritaba: “Páralo Paul, páralo Paul, páralo Paul.” Además era aficionado a la arquitectura y tenía su cuarto lleno de maquetas que, según él, representaban contenedores culturales. Este Paul le dio un beso de la duración de un milagro. Más tarde, con el tiempo, dejaron de follar y se dedicaron a coleccionar citas de Charle Bukowski y de Kerouac y a dar largos paseos en barca por el Guadalquivir donde fue rezumando poco a poco toda la pedantería posible de imaginar hasta llegar esa pedantería, como la humedad, al Centro de Arte Contemporáneo C3PO.

 

         Así fue como a través del fantasma de Angus se instaló en la ciudad de Córdoba una particular forma de hablar como si todos fuéramos del Greenwich Village de Nueva York o de la Rive Gauche de Paris. Mientras todo esto pasaba el fantasma de Carlos Cano cantaba en la Plaza de San Agustín y la tarde se llenaba de buganvillas y churros, mucho churros, millones de churros que empezaron a comerlos los japoneses y se les pusieron cara de cordobeses raros. Y empezaron a decir olé. olé, viva el flamenco y viva tu tía. Mientras los cordobeses de verdad detestaban el salmorejo porque ya estaban hartos del reflujo a ajo y citaban a Virginia Woolf como si fueran del mismísimo Bloombury. Sí, sé que todo esto fue un sueño o una pedante pesadilla. Por eso me despido. Adiós querido público, que me muero de sed y ha llegado la hora del vermú. Pero antes quiero deciros que la Pedantería se ha convertido en un concepto performativo con muchos adeptos en esta bendita ciudad, conque cuidado con quien habláis que cualquiera os puede enredar.


Este Poema Océano fue leído en la coctelería Distrito, jueves 5 de Mayo de 2022