sábado, 1 de octubre de 2022

Serrat

 


Recuerdo aquella noche como algo fulgurante, hasta la oscuridad brillaba. El mundo estaba repleto de ilusiones, corría el año 1982 y cantaba Serrat en la plaza de toros de Málaga, también Paco Ibáñez, y hablaría un hombre que mi padre adoraba, era uno de los nuestros, de eso estaba convencido, se llamaba Felipe González y desde su atril ya nos avisó de que lo que se veía desde el escenario era distinto de lo que se veía desde el albero. Estábamos emocionados, así que no reparamos mucho en esas palabras.

 

            Joan Manuel cantó en castellano hasta que acometió la hermosa melodía y letra ecologista de “Pare”, la gente le silbó, todavía no teníamos asumido el respeto a otras lenguas. Él siguió a lo suyo, antes la tradujo y la recitó para que nos enteráramos todos de lo que quería decir. Después apareció Paco Ibáñez que a mí me pareció muy viejo. Entonces los partidos políticos sabían lo que se hacían: llevaban diversión asegurada y compromiso a la vez.

 

            Después volví a escuchar a Serrat en Fuentevaqueros, (Granada), siempre fue generoso en sus bises, siempre deja al público satisfecho y le va explicando en qué consiste su actuación como cuando musicó los poemas de Miguel Hernández en su álbum Hijo de la luz y de la sombra de 2010, y dejaba claro que en esa ocasión no iba a cantar Mediterráneo. Ahora lo he visto en el teatro al aire libre de la Axerquía (Córdoba) en una noche de acariciador vientecillo. No hay duda: es un buen contador de historias, sabe medir los tiempos, hace filigranas con las pausas. Eso fue el 25 de septiembre de 2022, ha llovido desde que lo escuché por primera vez, acompañada de mi padre ilusionado. Hoy ya sabemos que quizás fue Felipe González el mayor artífice de la extracción de la piedra de la conciencia de clase de nuestras cabezas ingenuas, que milagrosamente nos hizo clase media por un instante y que, olvidadizos y embrollados en eso que llaman sistema, ahora parece que perdemos pie.

 

            De eso sabe Pedro Sánchez que nos ha dado bonos de viaje en los trenes de cercanías y media distancia para que nos conozcamos entre vecinos. Sabe que en esos trenes no hay vagón de silencio y la gente se recrea en el ocio de la gratuidad para contarse sus historias. No es tonto el hombre, así fortalecemos esta tierra de las autonomías y charlamos entre viajeros mientras pasa el paisaje nuestro. Recuperamos el lenguaje, las pequeñas historias y la convicción, por lo menos aquí abajo, de que Andalucía es un estado de habla, de algarabía sintáctica, un emocional diccionario de infinitas sugerencias.

 

            Fui a Cádiz y escuché la historia de un militar desertor, de un nazareno herido por la flor del azahar, de una mujer que hacía cálculos para averiguar su pensión de viudedad entre risas propias y las de su marido. Escuché a unas jóvenes soliviantadas porque iban de excursión a Sevilla y actuaban con desparpajo y alegría. Escuché como se iniciaba un amor casi en voz baja y como todos, felices, echaban de menos los trenes de antes porque en ellos sí que se podía charlar a gusto.

 

            Se equivocan los que dicen que la vida es un viaje. La vida es una excursión con el dinero contado moneda a moneda, minuto a minuto. Ayer escuchaba a Serrat en el lejano 1982 y hoy, 40 años después lo vuelvo a escuchar mientras pienso en el IPC, la crisis y esta Europa desvalida. Y me pregunto: ¿Qué vería Felipe González en aquella noche acharolada en la que todos le mirábamos a él? ¿Qué vería que nosotros no vimos venir?

 

            Solo Serrat permanece igual, parece que no le han pasado los años. Solo Serrat sigue cantando sus versos ecológicos de “Pare”, esta vez traducidos en una pantalla gigante para que todos, todas y todes los comprendamos respetuosamente en silencio. Algo sí que hemos cambiado para bien. ¡Qué bonito es el Catalán!