Recuerdo
aquella noche como algo fulgurante, hasta la oscuridad brillaba. El mundo
estaba repleto de ilusiones, corría el año 1982 y cantaba Serrat en la plaza de
toros de Málaga, también Paco Ibáñez, y hablaría un hombre que mi padre adoraba,
era uno de los nuestros, de eso estaba convencido, se llamaba Felipe González y
desde su atril ya nos avisó de que lo que se veía desde el escenario era
distinto de lo que se veía desde el albero. Estábamos emocionados, así que no
reparamos mucho en esas palabras.
Joan Manuel cantó en castellano
hasta que acometió la hermosa melodía y letra ecologista de “Pare”, la gente le
silbó, todavía no teníamos asumido el respeto a otras lenguas. Él siguió a lo
suyo, antes la tradujo y la recitó para que nos enteráramos todos de lo que
quería decir. Después apareció Paco Ibáñez que a mí me pareció muy viejo.
Entonces los partidos políticos sabían lo que se hacían: llevaban diversión
asegurada y compromiso a la vez.
Después volví a escuchar a Serrat en
Fuentevaqueros, (Granada), siempre fue generoso en sus bises, siempre deja al
público satisfecho y le va explicando en qué consiste su actuación como cuando
musicó los poemas de Miguel Hernández en su álbum Hijo de la luz y de la sombra de 2010, y dejaba claro que en esa
ocasión no iba a cantar Mediterráneo.
Ahora lo he visto en el teatro al aire libre de la Axerquía (Córdoba) en una noche de
acariciador vientecillo. No hay duda: es un buen contador de historias, sabe
medir los tiempos, hace filigranas con las pausas. Eso fue el 25 de septiembre
de 2022, ha llovido desde que lo escuché por primera vez, acompañada de mi
padre ilusionado. Hoy ya sabemos que quizás fue Felipe González el mayor
artífice de la extracción de la piedra de la conciencia de clase de nuestras
cabezas ingenuas, que milagrosamente nos hizo clase media por un instante y que,
olvidadizos y embrollados en eso que llaman sistema, ahora parece que perdemos
pie.
De eso sabe Pedro Sánchez que nos ha
dado bonos de viaje en los trenes de cercanías y media distancia para que nos
conozcamos entre vecinos. Sabe que en esos trenes no hay vagón de silencio y la
gente se recrea en el ocio de la gratuidad para contarse sus historias. No es
tonto el hombre, así fortalecemos esta tierra de las autonomías y charlamos entre
viajeros mientras pasa el paisaje nuestro. Recuperamos el lenguaje, las
pequeñas historias y la convicción, por lo menos aquí abajo, de que Andalucía
es un estado de habla, de algarabía sintáctica, un emocional diccionario de infinitas sugerencias.
Fui a Cádiz y escuché la historia de
un militar desertor, de un nazareno herido por la flor del azahar, de una mujer
que hacía cálculos para averiguar su pensión de viudedad entre risas propias y
las de su marido. Escuché a unas jóvenes soliviantadas porque iban de excursión
a Sevilla y actuaban con desparpajo y alegría. Escuché como se iniciaba un amor
casi en voz baja y como todos, felices, echaban de menos los trenes de antes
porque en ellos sí que se podía charlar a gusto.
Se equivocan los que dicen que la
vida es un viaje. La vida es una excursión con el dinero contado moneda a
moneda, minuto a minuto. Ayer escuchaba a Serrat en el lejano 1982 y hoy, 40 años después lo vuelvo a escuchar mientras pienso en el IPC, la crisis y esta
Europa desvalida. Y me pregunto: ¿Qué vería Felipe González en aquella noche
acharolada en la que todos le mirábamos a él? ¿Qué vería que nosotros no vimos
venir?
Solo Serrat permanece igual, parece
que no le han pasado los años. Solo Serrat sigue cantando sus versos ecológicos
de “Pare”, esta vez traducidos en una pantalla gigante para que todos, todas y
todes los comprendamos respetuosamente en silencio. Algo sí que hemos cambiado
para bien. ¡Qué bonito es el Catalán!