Dice
Plutarco en sus Consejos políticos
que “el liderazgo del pueblo y el Estado hay que ejercerlo sobre todo por las
orejas”, dice esto en el capítulo dedicado a “La virtud de la elocuencia.” Eran
otros tiempos, ahora estamos en la dictadura de los asesores de imágenes, nos
hemos echado en brazos de lo visual y es el ojo quién manda. Esto me parece muy
triste, pues si nuestros políticos están convencidos de que un estímulo fotográfico
vale más que una buena propuesta dialógica eso es porque ya la palabra se ha
convertido en la compañera obsoleta de la semiótica. Y ahora reyes y
presidentes, concejalas y alcaldes miran y remiran sus vestidos por si son propios o impropios, por si van a transmitir con publicitaria fuerza y convencer con un
gesto. ¡Ay, pobres tiempos!
A mí me da lástima de Rajoy, parece
el niño torpe de la clase que sus compañeros no elegían para jugar al fútbol. Pedro
Sánchez está haciendo una campaña de corbatita estrecha y actos americanizados. Pablo Iglesias sabe ya hasta que altura debe remangarse las mangas de su camisa
gris clara, lisa, o blanca. A Albert Rivera le va hablar como si fuera un
becario del Sillicon Valley, moviéndose de aquí para allá. Y Alberto Garzón
sabe perfectamente en que consiste la técnica del fuera de juego.
A mí no me gusta el tono mitinero,
me parece una burda expresión de lo que
se considera hablar de verdad. Por otra parte detesto los grandes escenarios en
las que todas las miradas se vuelcan hacia una sola persona, ese exceso me
parece improductivo, egocéntrico y un tanto vocinglero.
Yo que soy de la clase obrera, como
diría Jones Owen, y que creo en la cosa pública como remedio para sitiar la
soledad y como mecanismo autocorrector de desvarío, me muevo, en estos últimos
días, con la compasión que me producen todos estos señores que van a salvarnos
la vida.
Lo que no me gusta es eso de que el
pueblo es torpe y no sabe a quién le vota, creo que la gente sabe lo que quiere y el respeto de los resultados es la primera prueba
de salud democrática; muchas veces se menosprecia al electorado y eso no es de personas inteligentes. Es más, me parece de mala educación. Es más, creo que ese
mirar por encima del hombro demuestra un complejo de superioridad dañino para
cualquier análisis objetivo sobre por qué las cosas suceden.
Hay algo que creo que es de suma
importancia: que hemos sido siempre afortunados, que se pueden mejorar muchas
cosas, no lo dudo, pero que es hermoso y hasta distinguido saber que el día 20
vamos a ir a votar. Sólo pediría una cosa: que con coraje escuchemos lo que las
papeletas nos quieren decir, que vayamos un poquito más allá de la imagen. Tal
vez tengo esa obsesión porque mi oficio es tratar con la palabras.