domingo, 3 de enero de 2016

Mis hijos



Son mis hijos,
tenían 24 años cuando
me hice cargo de ellos.
Ella era ingenua, obsesiva, inteligente.
Él afectivo, más guapo de lo normal,
demasiado guapo para ser hombre, decían;
lloraba cuando veía películas de amor.
Ella es guapa,
lectores los dos,
unidos los dos en el silencio.
Él era ingenuo, obsesivo, inteligente;
creían que rozaban el pecado,
nada más alejado de la realidad.
Fueron creciendo,
se volvieron más exigentes
como todos los niños y las niñas
que no ven el horizonte.
Yo les di lo que pude,
aunque me hubiera gustado dárselo todo:
excelentes notas, belleza inmejorable,
éxito profesional.
No pude llegar más alto,
no me gustan las alturas.
Ya han madurado,
ella es una muchacha generosa,
él cocina con entrega.
Ya han madurado
y aún así no se cansan
de escuchar mis nanas.
¿Qué voy a hacer con ellos?
De mi heredaron el temor a hablar,
mis ojos,
las ganas de pasear por la calle de la seda.
A él no le puedo mandar a la compra,
se detiene en el puente
mirando a los niños jugar a la pelota.
Ella es hacendosa,
demasiado limpia
y tiene un orgullo…
Él sabe planchar,
reírse siempre,
a veces le da el pronto
y después se le pasa.
No se cansan nunca de oír mis palabras.
Y cuando llega la noche
apretados se duermen
en la oscuridad del mundo
que es tan grande, tan grande,
que les da miedo.
Entonces yo para tranquilizarlos
les digo:
-Buenas noches Príncipes de Maine,
Reyes de Nueva Inglaterra.