domingo, 21 de febrero de 2016

Carnaval



Estamos en época en la que se lleva la transparencia. A mí me recuerda ese término a la famosa novela de Kundera La insoportable levedad del ser, a ese personaje que le aterra la idea de tener una casa toda de cristal donde se ve todo. Hoy en día que la idea de intimidad está tan infravalorada yo apuesto por el lenguaje secreto que crece en nuestro corazón cada vez que se pronuncia una palabra cuyo significado, además del convenido, despierta en nosotros toda una historia de experiencias y sensaciones que sólo a nosotros pertenece.

         ¡Ay! Estamos en tiempos de exhibicionismo y la detenida pausa, el deleite callado y la buena complicidad han perdido sitio en esta sociedad que se lleva darse a  pecho partido en las páginas de Facebook o Instagram. Nos comunicamos por fotos y creo, que hasta está desapareciendo las frases subordinadas porque eso supone ya  una complicación para nuestros cerebros acostumbrados a los breves eslóganes de la publicidad.

         Ya somos todos hiperactivos y estamos encadenados a las multitareas y tomar el thé se ha convertido en algo exquisito. ¿Por qué no enseñan a los niños a contemplar en los colegios?, ¿por qué no nos enseñan las ideas filosóficas de las grandes pensadoras que también existen? Esto del machismo es muy cansado y lo del micromachismo ya ni digamos. Es algo así como cazar mosquitos.

Debemos crear espacios para la meditación y la risa y que la risa no pertenezca a los de siempre: Hay que tener tiempo para formar una comparsa y que el campo de la gracia y el chiste no sea mayoritariamente masculino. Nosotras también sabemos reírnos y hacer crítica a través de las letras de los coros. El crítico literario Bajtin se equivocaba cuando analizaba el dialogismo en el carnaval: se olvidaba de las mujeres, de que las mujeres tenemos que tener tiempo para crear nuestros chascarrillos. Su dialogismo quedaba cojo porque se olvidaba de la mitad de la población.

         En estos días reivindico la máscara, la pausa de un baile que no nos hace movernos con música electrónica, la carcajada y la sonrisa. Sería un buen ejercicio saber hacer reír sin ridiculizar al otro, sin herirlo, sino haciéndolo participe de nuestro juego. Hay que ser cuidadosos con las palabras, tienen su peso específico, hay que buscar las tonadas amables y procurar la amistad. Estas pueden ser frases simples, pero ya va siendo hora de que seamos conscientes del mal que provocan los nombres cuajados de odio. Mientras no hablemos fortaleciendo el respeto viviremos en una sociedad desigual, ¿por qué no se enseña retórica en los colegios?, ¿por qué no se enseña de una vez perspectiva de género? Seríamos más felices y no necesitaríamos tanta máscara y viviríamos en un escenario donde se desvelaran los que quisieran desvelarse, no en un acuario donde estamos a expensas de las grandes multinacionales y de los psicólogos-conductores, en fin, esto pasa, entre otras cosas, porque se lleva, en vez de tratarnos como adultos considerando el bagaje que cada uno posee, se lleva, digo, el particionismo ilustrado. ¡Qué trabajo nos cuesta bajarnos de la tarima y hablar de usted a usted!



Salida de un baile de máscaras de José García Ramos