Si
no hay Dios nos acostaremos más temprano,
caminarán
las gentes sin rumbo por la ciudad,
los
puestos de altramuces,
lánguidos
y amarillos
regalarán
su luz de desengaño.
Si
no hay Dios
no
tocarán los músicos
ni
lucirán sus trajes azules como el agua
de
un mar que se retira.
Si
no hay Dios las calles húmedas,
dispuestas
para el amor y el frío,
para
el milagro del fortuito roce
se
irán deshabitando
y
los tontos, las mujeres y los niños,
todos
aquellos que sólo pueden ir
a
los espectáculos gratuitos
se
irán cabizbajos a sus casas
sin
tomar chocolate.
Mientras
los mariquitas-azúcar
guardarán
con unción
sus
deseos para otro año
en
que la lluvia
no
se empeñe en deslucir
las
nubes de incienso.
Si
no hay Dios dormiremos
con
la sospecha de que nadie
nos
cuida,
de
que, salvajes, las ambiciones
reinarán
por los parques.
Si
no hay Dios las niñas dejarán
de
ser malas y pérfidas,
ya
ninguna podrá ser papisa
como
viene siendo costumbre.
Si
no hay Dios nos acostaremos
más
temprano,
tocaré
tu piel de hielo
que
quema tanto tanto
y
entrará el frío por la ventana
y
la lluvia
y,
¿ por qué no?, el deseo
de
que Dios renazca
el
año que viene
para
que los tontos, las mujeres y los niños
tomen
chocolate
en
la nocturnidad de las madrugadas
de
pasión,
para
que los mariquita-azúcar
aprovechen
los roces furtivos,
para
que tú y yo
salgamos
a comprar altramuces
mientras
paseamos por la ciudad
ordenada,
festiva, atenta,
que
acoge a los turistas
que
siguen las sendas
de
las vírgenes apuñaladas,
del
crucificado herido.
Y
si Dios renace
esconderemos
los paraguas
que
nos han traído mal fario,
no
pasearé sola
por
las espléndidas calles
humedecidas.
Si
Dios quiere, Dios volverá
el
año que viene
con
sus fantasías locas
de
lo eterno.
Por
si acaso Dios no quiere
volver
me
agarraré a esta lluvia
y
a la luz inmensa de tu entrepierna.