domingo, 13 de marzo de 2016

Luz sobre la luz




          Hay una imagen que me subyuga especialmente, esa de la luz de las farolas a pleno día o esa otra imagen cuando están encendiéndose y todavía nos hallamos en el atardecer. La luz sobre la luz me recuerda a las tapias encaladas del lugar donde crecí, allá donde tomaba el sol de adolescente mientras leía periódicos atrasados y tenía el convencimiento de que algún día el Derecho y sus leyes se acordarían de mí; me recuerda todas las mujeres de mi familia que han sido y son luminarias.

         También me hace reflexionar sobre la soberbia o la ignorancia que acumulamos para no reconocernos las unas a las otras. La mujeres tenemos que conocer nuestra propia historia, son muchas ya las que han sido linternas en el mundo de la literatura y les debemos estar agradecidas a sus obras, la nuevas generaciones no partimos de cero, y si nos empecinamos en descubrir el Mediterráneo mal vamos en cuanto reconocimiento y humildad.

         Pasear por esta ciudad en la que vivo, pasear por Córdoba, se ha convertido en un ejercicio de redacción y mientras flaneo, por un lado y por otro, voy escribiendo mentalmente versos que no sean complicados. ¿Por qué se empeñan las poetas en no ser comprendidas? El otro día estuve hablando con un joven que sólo me nombró escritoras suicidas, yo creo que el suicidio está sobrevalorado en literatura, hemos sufrido las innovaciones bestiales de unas palabras alejadas de la sintaxis, con la ambición de significarlo todo y no tener lazos con la sencillez. Ya lo decía Barthes: “La poesía moderna hace de la palabra poética una palabra terrible e inhumana”.

         A mí me gusta escribir poemas que sean agua clara, historias con su principio y su final, no invenciones deslumbrantes donde se sobrepone el yo por encima de cualquier otra cosa. Creo que estamos enfermos de egocentrismo y se nos olvida, a veces, que somos ciudadanas, que haber conseguido ese estatus, que implica niveles de relaciones insospechadas, es lo más novedoso de nuestro tiempo.

         Susan Sontag en el capítulo  “El artista como sufridor ejemplar” en su libro Contra la interpretación, analiza la obra de Cesare Pavese, y en él hay un fragmento que me gusta especialmente: “Para la conciencia moderna, el artista (que reemplaza al santo) es el sufridor ejemplar. Y entre los artistas, el escritor, el hombre de palabras, es la persona a quien consideramos más capaz de expresar su sufrimiento”. Y antes dice: “El público moderno exige la desnudez del autor, como las épocas de fe religiosa exigía el sacrificio humano.”

         Creo que el papel de la autora ha cambiado hoy día y, afortunadamente, cada vez es más una ciudadana más, como ciudadana tiene los mismos derechos que cualquiera. Por eso me gustan los objetivos que señala La Comisión Internacional para la Educación del siglo XXI de la UNESCO: aprender a ser, aprender a saber, aprender a hacer, aprender a convivir y trabajar juntos. Creo que es en este marco donde hay que situar el debate poético actualmente y si todos los ciudadanos y ciudadanas vamos a estar circunscritos a esa provincia ¿por qué el autor o la autora va a ser diferente en ese sentido? Nos alejamos, pues, de las concepciones románticas donde el escritor es investido de unos honores que le ahogan y ahogan a la propia sociedad. Así, que ya saben: Yo ni estoy dispuesta a sufrir ni a desnudarme.