Reconozco
que tengo muy poca personalidad, eso en esta época de grandes declaraciones de
principios y de poco diálogo entreverado resulta ser una declaración un poco
extraña. Pero es que me cansan las gentes con las ideas claras y el afán de
doblegar al otro por el bien de todos o por el bien de su propia testarudez.
Por enésima vez leo Contra el fanatismo
de Amos Oz, un librito amarillo y azul de la biblioteca de ensayo Siruela; lo
puede leer cualquiera, cualquiera que quiera dejar los bestsellers y sus íntimos
e intransferibles diez mandamientos u once
o doce y quiera crecer leyendo. Habla, entre otras cosas, de cómo los
fanáticos suelen ser kitsch, sentimentales y con poco sentido del humor, que
detestan tomar acuerdos y que quieren la razón para ellos solos. Y como bien
diría Goya “el sueño de la razón produce monstruos”. Perdonen ustedes las obviedades,
pero es que yo también estoy de vacaciones y hoy estoy diciendo evidencias que
sirven de poco al buen hombre amable, a la buena mujer amable. Vaya, que hoy
estoy llevando el hielo a los esquimales. Es que no tengo profundidad, es que
ya no escribo mientras sesteo y claro, eso se nota, no soy rigurosa como los
tertulianos serios que, a voces, son capaces de herir hasta a los amigos.
Cuando doy algún taller de literatura
siempre me refiero a los cuatro acuerdos toltecas que explicara el escritor
Miguel Ruiz y que son: Sé impecable con tus palabras, no te tomes nada
personalmente, no hagas suposiciones, haz siempre lo máximo que puedas. Recomiendo
estas simples reglas sobre todo cuando se crea un grupo y el engranaje no está
aún ajustado y navegamos aún entre los prejuicios y el deseo de agradar. Perdónenme
que me haya puesto mística, pero es que me parece útil, en esta semana de
competitividad máxima y bombas madre y padre, me parece útil recordar que los
seres humanos somos seres escuchantes o no somos.
El arte de la escucha está emparentado
con el arte de mirar, con el arte del silencio, ya lo decía Pessoa: “Y nada nos
da tanta religiosidad como el mirar mucho a la gente.” Los ciegos son unos
grandes contempladores de las palabras dichas, de los mutismos con que las
rodeamos. Permanezcamos un momento escuchando el florecimiento de los cerezos
que con su humildad a cuestas nos enseña lo que de verdad es belleza, como
Marguerite Yourcenar nos enseñó lo que es sencillamente amor cuando le
preguntaron por su relación con Grace Frick: “En fin, es algo muy sencillo:
primero una pasión, después una costumbre, y al final, sólo una mujer que cuida
a otra mujer enferma”. Qué hermosa manera de apartar de sí el morbo y de llenar
de relatividad a los obtusos, qué gran lección para iniciarse en los caminos del
delicado respeto. En fin, consideremos la posibilidad, en este mundo
globalizado, de trabajar en equipo y tomemos conciencia de que trabajar en
equipo no significa criticar juntos.