sábado, 9 de julio de 2022

El encuentro de Paquita y Mariquilla. Poema Océano leído el 7 de Julio 2022 en la librería Ostin Macho




EL ENCUENTRO DE PAQUITA Y MARIQUILLA 



Buenas noches señoras y señores: Hoy vengo a referirle la tierna, dulce y magnifica historia de Paquita y Mariquilla; dos mujeres de bellos cuerpos mayores, llenos de arruguitas y con el coñillo ya blanco por el paso del tiempo, que todo lo configura a su manera.

 

         Paquita era de Jerez de la Frontera, tenía un acento… Se había pasado la vida limpiando la cristalería de unos señores con bodega y pleitesía, tal vez de ahí cogió la costumbre de llevar una petaca encima llenita hasta los bordes de coñac. Mariquilla no sabía muy bien dónde tenía sus raíces pues aunque nació en Antequera acabó arribando a Barcelona donde servía a unos señores de Mataró.

 

         Paquita y Mariquilla se conocieron en Motril, en el hotel Miramar, donde fueron con el IMSERSO a sentir lo que no sabían que existía: el descanso. Llevaban pamela y batita azul para estar en la piscina donde se mojaban hasta la barriga nada más porque tenían miedo al hundimiento de sus personalidades, al borrado de sus existencias. Y, además, es que no sabían nadar ni dónde estaba la toilette del área de recreo. Así que pisssss. Aquí paz y después gloria.

 

         Por la noche cenaron en la misma mesa y comieron pescaditas blancas, luminosas como sus voces, y también comieron pulpo de Adra y unas tortitas de chocolate. Allí se pusieron al corriente de sus vidas. Paquita estaba viuda, su marido había muerto hacía poco, degollado por una sierra mecánica. Y es que le gustaba tanto mirar las obras desde que se jubiló que metió su cabeza demasiado cerca del objeto de observación y allá se le fue la testa, al infinito, y solo le quedó el cuerpo detestado que enterró Paquita en un cementerio de descerebrados.

 

         Mariquilla tenía deje catalán, era charnega y llevaba el pelo tintado de colorao. No tenía a nadie en el mundo pues ya había entrado en el camino del olvido y hacía este viaje para reencontrarse con sus raíces andaluzas, deseo que quería cumplir antes de que se le difuminara la vida en una residencia que ya tenía pagá a las afueras de Vila Nova de la Avestruz.

 

         Llegó la hora del baile, que seguramente habría censurado Camilo José Cela porque veía ridícula esa vejez vestida de colorines y verano. Ya se sabe: quién tiene privilegios desde siempre ve mal que disfrute la gente trabajadora. Bueno, pues llegó la hora de los animadores que entre palmas y alegrías sublevaban al personal. Ellas estaban sentaditas en un sofá forrado en plástico contándose sus vidas cuando llegó un vejete con boina y la portañica abierta para que se le aireara la próstata, este hombre invitó a bailar a Paquita y esta le dijo que no. “¿Es qué no te gusta la música electrónica?”, le pregunto Ignacio Etxeberría. Y Paquita muy seria le respondió: “A mí lo que me despipa es el pasodoble”. Y cogió la mano de Mariquilla, que se estaba desternillando de risa, y se la llevó al centro de la pista donde bailaron sin muletas España Cañí.

 

         De ahí se fueron a la habitación 069 del hotel Miramar en primera línea de playa, de tres estrellas y con camareros uniformados de negro.

         -Escolti –dijo Mariquilla- ¿Practicamos el sexo oral? Si us plau.

         -Tú practica, practica lo que quieras que yo me voy a poner bocarriba.

    -¿Te pongo una barrera bucal en tus partes para tener sexo seguro?-preguntó Mariquilla.

         -¿Con ochenta y cinco años sexo seguro?

 

         En fin que siguieron con sus ejercicios hasta que le tocó el turno de disfrute a Mariquilla y le dijo a Paquita: “¡Qué bien le sienta el tembleque al clítoris!”

 

         Sonrieron las dos como si estuvieran dando la vuelta al ruedo y estuvieron hasta el amanecer conociéndose mutuamente hasta que bajaron, las primeras, a desayunar porque se morían de hambre.

 

         -Camarero ponga usted dos carajillos aliñaos con Rubalcaba y una tortilla de papas.

         -¿Eso de Rubalcaba qué es?

         -Hijo, anís del mono, que no estás al día y ponme la clave del wifi en la table que me regaló mi nieta, que tengo que hacer una video conferencia con las del pueblo explicándoles lo que es un orgasmillo, un orgasmo y un orgasmón -dijo Paquita con decisión.

 

         -Ole esa mujeres guapas –dijo el camarero al que solo lo tenían declarado media jornada.

         Entonces vieron bajar las escaleras, taciturno, a Ignacio Etxeberría.

         -¿Qué te pasa Nacho?

         -Que no encuentro el Pryca por ninguna parte. Y quería comprarle a mi nuera un detalle y nada que no lo veo.

         En eso que llegó el recepcionista, que iba todos los días al trabajo en triciclo y le dijo a Ignacio Etxebarria mirándolo a los ojos profundamente, como si fuera hablar de filosofía:

         -El Pryca no existe, lo que existe es el Carrefour y no abre hasta las diez.

         -Maldito capitalismo que todo lo lía –dijo Etxeberria.

         -Anda, siéntate con nosotras a desayunar y olvídate de excursiones al extrarradio –le dijo Paquita-, que te vamos a explicar cómo camelarte a la Hortensia, que esa tiene azúcar y es muy dulce, ya verás cómo te conviene, que esa no es lesbiana como nosotras.

 

         Y así, los tres, estuvieron hablando de sexo hasta que consiguieron que, motu proprio, Ignacio Etxeberria se abrochara la bragueta y comprendiera qué es un orgasmillo, un orgasmo y un orgasmón.




En la librería Ostin Macho con las escritoras Eva Hidalgo, Ana Ramos y Salvadora Drôme.