EL ENCUENTRO DE PAQUITA Y MARIQUILLA
Buenas
noches señoras y señores: Hoy vengo a referirle la tierna, dulce y magnifica
historia de Paquita y Mariquilla; dos mujeres de bellos cuerpos mayores, llenos
de arruguitas y con el coñillo ya blanco por el paso del tiempo, que todo lo
configura a su manera.
Paquita era de Jerez de la Frontera, tenía
un acento… Se había pasado la vida limpiando la cristalería de unos señores con
bodega y pleitesía, tal vez de ahí cogió la costumbre de llevar una petaca
encima llenita hasta los bordes de coñac. Mariquilla no sabía muy bien dónde
tenía sus raíces pues aunque nació en Antequera acabó arribando a Barcelona
donde servía a unos señores de Mataró.
Paquita y Mariquilla se conocieron en
Motril, en el hotel Miramar, donde fueron con el IMSERSO a sentir lo que no
sabían que existía: el descanso. Llevaban pamela y batita azul para estar en la
piscina donde se mojaban hasta la barriga nada más porque tenían miedo al
hundimiento de sus personalidades, al borrado de sus existencias. Y, además, es
que no sabían nadar ni dónde estaba la toilette del área de recreo. Así que
pisssss. Aquí paz y después gloria.
Por la noche cenaron en la
misma mesa y comieron pescaditas blancas, luminosas como sus voces, y también
comieron pulpo de Adra y unas tortitas de chocolate. Allí se pusieron al
corriente de sus vidas. Paquita estaba viuda, su marido había muerto hacía
poco, degollado por una sierra mecánica. Y es que le gustaba tanto mirar las obras
desde que se jubiló que metió su cabeza demasiado cerca del objeto de
observación y allá se le fue la testa, al infinito, y solo le quedó el cuerpo detestado
que enterró Paquita en un cementerio de descerebrados.
Mariquilla tenía deje catalán, era
charnega y llevaba el pelo tintado de colorao. No tenía a nadie en el mundo
pues ya había entrado en el camino del olvido y hacía este viaje para
reencontrarse con sus raíces andaluzas, deseo que quería cumplir antes de que se
le difuminara la vida en una residencia que ya tenía pagá a las afueras de Vila
Nova de la Avestruz.
Llegó la hora del baile, que
seguramente habría censurado Camilo José Cela porque veía ridícula esa vejez
vestida de colorines y verano. Ya se sabe: quién tiene privilegios desde
siempre ve mal que disfrute la gente trabajadora. Bueno, pues llegó la hora de
los animadores que entre palmas y alegrías sublevaban al personal. Ellas
estaban sentaditas en un sofá forrado en plástico contándose sus vidas cuando
llegó un vejete con boina y la portañica abierta para que se le aireara la
próstata, este hombre invitó a bailar a Paquita y esta le dijo que no. “¿Es qué
no te gusta la música electrónica?”, le pregunto Ignacio Etxeberría. Y Paquita muy
seria le respondió: “A mí lo que me despipa es el pasodoble”. Y cogió la mano
de Mariquilla, que se estaba desternillando de risa, y se la llevó al centro de
la pista donde bailaron sin muletas España Cañí.
De ahí se fueron a la habitación 069
del hotel Miramar en primera línea de playa, de tres estrellas y con camareros
uniformados de negro.
-Escolti –dijo Mariquilla- ¿Practicamos
el sexo oral? Si us plau.
-Tú practica, practica lo que quieras
que yo me voy a poner bocarriba.
-¿Te pongo una barrera bucal en tus
partes para tener sexo seguro?-preguntó Mariquilla.
-¿Con ochenta y cinco años sexo seguro?
En fin que siguieron con sus ejercicios
hasta que le tocó el turno de disfrute a Mariquilla y le dijo a Paquita: “¡Qué bien le sienta el tembleque al clítoris!”
Sonrieron las dos como si estuvieran
dando la vuelta al ruedo y estuvieron hasta el amanecer conociéndose mutuamente
hasta que bajaron, las primeras, a desayunar porque se morían de hambre.
-Camarero ponga usted dos carajillos
aliñaos con Rubalcaba y una tortilla de papas.
-¿Eso de Rubalcaba qué es?
-Hijo, anís del mono, que no estás al
día y ponme la clave del wifi en la table que me regaló mi nieta, que tengo que
hacer una video conferencia con las del pueblo explicándoles lo que es un
orgasmillo, un orgasmo y un orgasmón -dijo Paquita con decisión.
-Ole esa mujeres guapas –dijo el
camarero al que solo lo tenían declarado media jornada.
Entonces vieron bajar las escaleras,
taciturno, a Ignacio Etxeberría.
-¿Qué te pasa Nacho?
-Que no encuentro el Pryca por ninguna
parte. Y quería comprarle a mi nuera un detalle y nada que no lo veo.
En eso que llegó el recepcionista, que
iba todos los días al trabajo en triciclo y le dijo a Ignacio Etxebarria
mirándolo a los ojos profundamente, como si fuera hablar de filosofía:
-El Pryca no existe, lo que existe es
el Carrefour y no abre hasta las diez.
-Maldito capitalismo que todo lo lía
–dijo Etxeberria.
-Anda, siéntate con nosotras a
desayunar y olvídate de excursiones al extrarradio –le dijo Paquita-, que te
vamos a explicar cómo camelarte a la Hortensia, que esa tiene azúcar y es muy
dulce, ya verás cómo te conviene, que esa no es lesbiana como nosotras.
Y así, los tres, estuvieron hablando de
sexo hasta que consiguieron que, motu proprio, Ignacio Etxeberria se abrochara
la bragueta y comprendiera qué es un orgasmillo, un orgasmo y un orgasmón.
En la librería Ostin Macho con las escritoras Eva Hidalgo, Ana Ramos y Salvadora Drôme. |