Quizás
uno de los placeres que más valoro es la charla tranquila que deja todos los
superesquemas atrás y se adentra en la profunda y respetuosa subjetividad que
comparte la buena amistad. Justa es una persona que procura esa dicha: la del
decir pausado que no te aturrulla, que no se impone con la algarabía de un
muletazo chulesco.
Justa Roa es amiga mía desde hace
poco tiempo, pero yo no distingo entre la amistad de toda la vida y la que
acaba de llegar, ella tampoco. Nuestros sentimientos y simpatías son mutuos, el
capital de los afectos y de lo que consideramos diversión también: lo más
importante es pasear.
Andamos como si lleváramos toga
puesta, sincronizamos los ritmos y no me mete bulla, nos paramos ante los
escaparates, tomamos un zumo; nos encontramos por casualidad frecuentemente,
esta ciudad lo permite.
Permite Córdoba unas leyes de
encuentros generosas, así que no hay que quedar con nadie, solo echarse a andar
y dejar que esas leyes se cumplan, itinerarios que se cruzan y nos llevan al río
o a la sierra, sus fronteras, sus demarcaciones, esas líneas donde se acogen
los personajes que quieren experimentar la bendita libertad, la deriva que diría
un moderno, flanear como Galdós.
Pues bien, con Justa Roa es posible
ese milagro mientras me habla de algunos libros, de pintores que conoce y de
diagnósticos que hace espontáneamente sin equivocarse jamás. Es el acierto de
la madurez, querida, el acierto de quien lleva las maletas repletas de anécdotas.
Y así me socorre con algún análisis certero y lleno de humor. Es una buena
amiga porque es generosa y la amistad debe ser un traje amplio que nunca nos
ciñe con el fuego de las obligaciones, la amistad debe tener la levedad y la
profundidad del lenguaje con el que se fabrican las obras clásicas, la
degustación de un thé o la alegría de unos pasos que se dan conjuntamente sin
haberlos siquiera pensado ni apuntado la cita en nuestras agendas.
Un abrazo Justa Roa por el bienestar
que procuras.