Siempre
está la tentación del silencio y, a la vez, de la palabra que borbotea como en
el nacimiento de un manantial. Vivimos días ásperos, días que la gente
aprovecha para comprar hielo. Esta podría ser una bonita metáfora si no fuera
porque la realidad refleja el infantilismo más inmoderado desde aquel encierro
del que todos íbamos a salir mejores y con mucho papel higiénico.
Hay un bonito poema al principio del
Diario
de un poeta recién casado que nos invita a vivir el presente, se titula
“Saludo del Alba” y está traducido del sánscrito. Toda traducción, ya se sabe,
es un volver a nacer, a recrearse. Permitidme que añada algunos versos: “¡Cuida
bien de este día! Este día es la vida, la esencia misma de la vida. En su leve
trascurso se encierran todas las realidades y todas las variedades de tu
existencia: el goce de crecer, la gloria de la acción y el esplendor de la
hermosura.” Creo que un fragmento de
este texto es utilizado por una marca de cerveza. Obviemos el rendimiento y el
comercio, el ansia de una sociedad que tolera al alcohol tocarlo todo, mojarlo
todo con su lluvia del corto placer.
Aspiremos a más: a saber por qué se
derriten los polos, por qué hay colas en el Himalaya, por qué necesitamos la
felicidad de un anuncio para estar satisfechos, por qué hacemos exótico todo
aquello que no domeñamos, incluido el presente, incluido unos versos que no son
nuestros. Porque nuestro no hay nada en este mundo, hemos venido de prestado
aunque nosotros, avarientos occidentales, estemos sofocando con nuestra
mentalidad mercantil y nuestros negocios otros escenarios que no nos
pertenecen, llenándolo todo de títulos de propiedad.
Hoy aguantamos que llamen delincuentes
a todos los habitantes de un barrio de Sevilla que se queda sin luz, pero no aguantamos que nos
toquen el Gin-tonic, sofisticado, como nuestro paladar domesticado de clase
media. ¡Oh, la clase media! ¡Cuánto trabajo le va a costar a este gobierno
crear una conciencia cívica en un solar que hemos plantado de olvido! Sin
raíces de pobres y obviando los años del hambre nadie puede hoy creerse la
necesidad de bajar el aire acondicionado.
Y con esta política que arrastramos
de olvido y falta de conciencia será difícil que se abran los secretos
oficiales. Ya lo dice el Tao: “El santo (el gobernante) actúa de manera que el
pueblo no tenga saber ni deseo y que la casta de la inteligencia no se atreva a
actuar”. Después de una práctica tan reiterativa de obviar los recuerdos, después
de haber sometido el relato a un melodrama tan grande está claro que seguiremos
cerrándonos las puertas a nuestro propio crecimiento. ¿A quién le importa los
secretos oficiales, la verdad y una narrativa objetiva? ¿Quién puede beberse el
día de hoy como si fuera una flor superficial? Hemos banalizado tanto que ya
hasta los secretos de estado nos parecen naturales. Hace falta unas gotitas de
autenticidad en este verano de ventiladores y fuegos. Tal vez así nos creeríamos,
de una vez, que nosotros también fuimos emigrantes, exiliados y arrancados de
cuajo de la tierra del recuerdo. Y eso se paga en cada presente, en cada día,
en la tentación del silencio y aquí no
ha pasado nada. Y así, señoras y señores, es como se obtiene una población conformista, sin historia y sin ventanas abiertas para que corra el aire.