El
mar era azul cobalto en la playa del Peñón del Cuervo, lugar querido por el
poeta malagueño Emilio Prados. Lugar donde la espuma anuncia la amistad de las
olas que nos confunden y nos abrazan con sus límites. Este mar azul que fue
testigo de la Desbandá, de la huida, de la guerra, es hoy placentero cobijo
para aquellos que disfrutan de sus aguas, de sus músicas y silencios. El mar
siempre es testigo de las ambiciones, es quien las calma, quien hace de tu
cuerpo un ser sin huida que se hunde en las aguas del sueño, el agua que da la
vida.
Existe un libro de Carlos Blanco Aguinaga
titulado La voz continua que narra la vida del poeta como si fuera el
poeta el que estuviese hablando. Conviene leerlo para saber de la profundidad
de los azules y de las huidas de Emilio Prados. Málaga aún no había sido devorada
por el turismo, era la Málaga naciente de la Generación del 27 cuando ellos
ponen en marcha las tareas de impresión, la alegría de la elegancia de la página
que respira.
Era un poeta de familia acomodada
que escribe el Calendario incompleto del pan y el pescado, ahí está la fuerza
de algo muy moderno que hoy llamamos empatía y que antes se decía ponerse en el
lugar del otro, calzar sus alpargatas. Antes del exilio, en México, era ya un
escritor cosmopolita por la pureza de su escritura que parece envuelta en sal
o en los frutos infantiles de los Montes, o en el andar sin fatiga y con
constancia como un peregrino que persigue la pulida invitación del aire, versos que no son romance sino amanecer, fuerza de la luz primigenia.
Es de esa clase de escritores
tocados, como María Zambrano, por el salitre y el hinojo, por la idea del
nacimiento sin fin, allá desde el horizonte. Es el poeta de la roca y sus
cavernas, de las risas naturales como natural es el crepúsculo que con
obediencia debemos aceptar.
Él viajó en el Sinaia como tanto
españoles, el buque del exilio, el buque que los lleva a ver desde lejos España
y su piel de toro que bufa. Todo mar tiene su historia y esta playa del Peñón
del Cuervo revive la canción de aquellos que saben lo que es la necesidad de
partir, porque se está de más, porque lo dice el destino, porque lo anuncian
las trompetas de las batallas. Y a su vez, este mar se comporta como una madre
nutricia, y escuchamos tambores alegres que nos indican que debemos vivir el
presente. Entonces metemos la cabeza bajo agua y, de nuevo, escapamos.
Foto tomada por Tatiana Petrova |