Me estoy aprendiendo Madrid de memoria,
amorosamente, lo mismo que me aprendí el Albaicín o el laberinto de la Judería
de Córdoba, igual que me paseé en tranvía por las calles de la vieja Bruselas
buscando la unidad de Europa. Ya sé ir a la Plaza de Santa Ana, al antiguo
Matadero, ya sé pasear por el Retiro y coger atajos para llegar antes al Museo
Lázaro Galdiano. Ya voy en metro sin mapa que me oriente o como en Lavapiés
para que me salga más barato.
Esa vieja dama que es la capital de
España respira fatigada por la contaminación mientras el fantasma de los Pink
Martini sigue tocando en la sala Riviera. Ese Madrid abrupto donde hay tantos locales
con los servicios en el sótano y hay que bajar una estrecha escalera que
desprecia a las personas con diversidad funcional. Ese sumidero resplandeciente
adonde llegamos con tantas ilusiones las gentes de provincias.
Mi bisabuela Josefa fue en una ocasión a Madrid cuando su hija Paquita se embarcó en
la gran idea de meterse en la orden de las hermanas de San Vicente de Paul, y
fue a la gran ciudad a despedirse de ella antes de que la joven se fuera de
misión a México. No le sorprendieron los grandes angelotes de la Puerta de
Alcalá ni el bullicio de las tiendas ni las puertas inmensas por donde pasan sólo
humanos. Nada de eso la achicó. Lo que le contó a mi madre a su regreso fue aún
más grande, le dijo: “Agustina, no te lo vas a creer, pero en el hotel me han
puesto un huevo frito sin aceite.”
En Madrid parece que nace todo, en Madrid
decae la tarde manchada del humo excesivo de los coches. Esa es la hora en que
añoro el océano y me escondo en el Museo Naval o camino despacio por Malasaña
simplemente porque me gusta esa palabra.
¿Por qué no nos ha dicho ningún
articulista que en la Gran Vía han abierto una tienda inmensa, la más grande de
nuestro continente, y las familias hacen cola expectantes? ¿Por qué no nos han
dicho que esa cola da la vuelta a toda la manzana como si fuera un cinturón de
desasosiego, un cinturón de ansiedad por la compra? Melancólicamente me
pregunto dónde está Larra. Ya no existe el sentido de la medida y la causa de
la espera. Ese espectáculo me ha llamado la atención más que el 15M, tal vez
porque es la evidencia carnal de que somos un país de consumidores. Tal vez esa
sea la razón por la que, desvalidos y minimizados, esperamos que nos lluevan
los candidatos desde el lugar lejano, y
somos una masa gris que no tiene paciencia para construir despacio algo entre
iguales, algo donde la voz de los cercanos sea escuchada porque va a tratar de
lo que conocen. Pero no, ¿para qué vamos a hacernos ilusiones? Ya se sabe, las
grandes campañas publicitarias crean su propaganda en la unidad central y son
los que están próximos al núcleo los que eligen las figuras de la temporada.
Tal vez nos iría mejor si en vez de
leer Juego de tronos tuviéramos como
libro de cabecera ¿Qué es la política? de
Hannah Arendt, pero claro, la Arendt es menos comercial.
La exposición se puede ver en la 4ª Planta del Palacio de Cibeles. |