Yo
estoy muy tranquila cuando no escribo, sobre todo porque sé que la maquinaria
de la escritura no se para nunca y hay mujeres como Nuria Amat que todos los días
cumplen con su oficio, como Rosa Regàs que nos contó su Viaje a la luz del Cham cuando nadie hablaba de Siria, como Laura
Freixas que exhaustivamente analiza la producción literaria de las creadoras, como
Carmen Frías y su obra Ora pro nobis, como Elena Medel que tiene una editorial para
seguir dando aliento, como Remedios Zafra y sus reflexiones filosóficas, como
Marina Mayoral. Me voy muy tranquila a pasear por los alrededores de la
Mezquita y ejercito mi conocimiento en idiomas guiando a extranjeros y
extranjeras despistados. Sé que mientras yo descanso alguna otra me ha tomado
el relevo y el gran libro de las que aman las letras, gracias a eso, es
infinito.
Dice Nuria Amat en su libro Escribir y callar que “La vanguardia no
está en el contenido ni en la forma. Se ha situado en el gesto.” Estoy de
acuerdo con ella, después de tantas corrientes e ismos, para mí, lo novedoso
radica en el ejemplo, en la actitud moral de la escritora, en la página libre
de faltas ortográficas, en la trama que acoge por igual a personajes masculinos
y femeninos, en la ausencia de corruptelas y ansias de trepar como idea de
triunfo. Se trata pues de una educación creativa que multiplica temas y se hace
acogedora porque las palabras no son impositivas.
Dice
Victoria Camps en su libro Creer en la educación
que “los alumnos retienen más de la manera de ser y de hacer de los adultos que
los contenidos que les hayamos querido transmitir”. De algo de eso hablaba también
Fernando Fernán Gómez refiriéndose al mundo de los actores y cómo el teatro es
antes que nada fuente de libertad.
Conocí
en una ocasión a una mujer que la llamaban la Ejemplita porque su madre siempre
que hablaba de ella decía: “Mi hija es un ejemplo en los estudios, mi hija es
un ejemplo en la costura, mi hija es un ejemplo en la cocina”. Pues bien, a este ejemplo de persona en una ocasión la
dejaron a cargo de unos niños, y cuando llegó la hora de comer en vez de darle
el puré de verdura que les tocaba se confundió y les endiñó un bote de mostaza,
desde entonces le pusieron el mote por la que era conocida en todo el pueblo. Quiero
decir con esto que todos somos humanos y nos equivocamos. La democracia es eso:
corregirnos los unos a los otros con amabilidad.
Y
la literatura, la pasión por la literatura, es una manera de crecer sin empujar
a nadie, como si pasearas por un laberinto ameno que te lleva al reconocimiento
de las buenas dimensiones, las que nos definen como personas. Así de grandes y
pequeñas somos las escritoras. Y si hay algo que define a este siglo es la
cantidad creciente de mujeres que escriben, por ejemplo.