domingo, 18 de diciembre de 2016

Christmas


Durante mucho tiempo no me ha gustado la palabra “cómplice”, pero he de reconocer que me he ido reconciliando con ella a raíz de la lectura de la novela Deseos de Marina Mayoral. Hoy en día “se usa también para decir que dos personas se entienden bien, participan en algo que puede ser bueno”, dice la autora gallega.

         Las personas somos ilimitadas en nuestras acciones, hasta podemos cambiar el significado de las palabras, eso me parece un milagro. Y cuando contemplo el mundo, obstinado en sus rotaciones, me digo: cómo tanta gente puede caber en un espacio finito; es decir, pienso en el número, en lo medible y comprendo que necesitaríamos una complicidad pacífica que nos liberara de tantas guerras.

         En esta cara del planeta en la que nos preparamos para las comidas de empresa y la purpurina, en la que respondemos rápidamente sin detenernos en la fase de escucha, en la que nos guía el material estresante y la poca devoción por el hablar sereno es maravilloso que podamos convertir palabras y llenarlas de lo bondadoso del idioma. Y si somos así de mágicos y desertamos así, de pronto, de las delincuencias y sus términos por qué no damos un paso más, un salto genético que diría un falso erudito, y construimos un ambiente donde el razonamiento del agua y sus movimientos, de sus corrientes y de su cordura nos lleve a ser aprendices, siempre, felices como aprendices que no cesan.

         Frente a la lógica del enfrentamiento propongo ese saber que no hiere sino que te ama gota a gota y que con ellas, con su constancia, disuelven el mal. Ya sé, son palabras de ilusa, pero en estos días que celebramos la llegada de la luz deberíamos pensar en cómo la dejadez de los estados pueden procurar que, de pronto, nos volquemos hacia la más inhóspita de las decadencias; así que los hablantes, que somos al final los que gobernamos el mundo, deberíamos afanarnos en escoger las palabras bellas para regalarlas, para construir la benevolencia.

         El lenguaje es una cisterna, una de esas hermosas cisternas que recogían el agua llovediza, y en el lenguaje mismo nacen los indicios de violencia o de comprensión. Les pido desde aquí que seamos todos cómplices de paz incluso en nuestras más pequeñas manifestaciones y que desterremos el chiste zafio, la brutalidad verbal, la desconsideración lingüística, el menosprecio al decir con arrogancia para construir una nueva charla, un nuevo rumor de la esfera que habitamos, para que globalicemos de una vez las buenas maneras. Feliz Navidad, queridos y queridas, cómplices de la amabilidad.