domingo, 4 de diciembre de 2016

Cuídate



           Ya lo dice el refrán: “Cuídate de las aguas mansas…” Y tendremos que estar pendientes, porque si el tema del cuidado va a entrar por la puerta grande de la política, las tertulias y los opinadores, es que estamos de enhorabuena, o ¿no?

         De entre todos los capítulos que componen el libro de Katrine Marçal: ¿Quién le hacia la cena a Adam Smith? Una historia de las mujeres y la economía, el que más me ha gustado es el dedicado a la enfermera  Florence Nightingale, ese capítulo se titula: “Uno no es egoísta solo porque quiera más dinero” y en él narra como el trabajo de los cuidados merece ser bien pagado. Pero eso, ¡ay!, no nos entra en la cabeza y estamos en el individualismo distorsionador del tener más exclusivamente para sí mismo, para ser admirado o envidiado, ese individualismo feroz es el que rompe las coordenadas de todo lo que supone el trabajo en equipo, que es en lo que consiste este tránsito al que llamamos vida.

         Afanados en el dinero y sus mitologías, ya sean coches o casas, ya sea la bolsa o un anillo, sucede que el verbo comprar es, por lo tanto, el más conjugado de nuestro tiempo. Y esta ansiedad compulsiva por la abundancia, por tener más que el otro, se ha convertido en el deseo de los deseos, ya sea en forma de perfume anunciado sugerentemente, ya sea a costa de copiosas cenas donde mientras comemos hablamos de comida.

         Y en medio de este escenario ha surgido la redentora idea de la feminización de lo público y, espero, que también de lo privado; no vayamos a escondernos en las casas a practicar la desazón de la desigualdad. Pues bien, en estos momentos en que es tan difícil sostener el universo, pero en los que nunca debemos perder la esperanza del esfuerzo continuado para obtener mayores cuotas de bienestar, desde aquí pido que se pague al cuidador o cuidadora como a un congresista y ya veríamos cómo avanzábamos sin titubeos. Pero claro, hemos puesto en el pedestal el dichoso vocabulario de lo económico sin detenernos a pensar que la economía es un género literario llamado ciencia ficción y los economistas, todos estos años, se vestían por los pies.

         Firmemos un nuevo contrato en que el valor de los cuidos sea centro de nuestras vidas, porque no nos queda otra, y ya se sabe que envejecer es el argumento y nacer indefensa es el principio. Y tengamos cuidadito con los nuevos teólogos feministas que mezclan churras con merinas sin hacer sincero reconocimiento de todo lo que este movimiento ha significado para liberación de hombres y mujeres. Eso y que bajen el precio de las copas para cuando queramos brindar con las amigas, y echarnos unas risas, y ejercitar la suave sintaxis; esa que no nos lleva por embrollos y confusión, desórdenes varios por no leer un poco de teoría de género y no asumir que se ha construido una nueva filosofía que merece ser reconocida.