domingo, 11 de diciembre de 2016

La sed




         He leído, he mirado, me he bebido La sed de Paula Bonet, y como ella misma confesaba en una entrevista de El País del 6 de noviembre de 2016 me ha parecido un libro pretencioso. ¿Pero acaso no es pretenciosa Rayuela con sus vaivenes deliciosos por un París de encuentros y desencuentros? Creo que ese es un pecado juvenil por más complejo que quisiera aparecer Cortázar o por mejor dibujante que se muestre la autora que ahora nos entretiene. Tal vez no deberíamos hablar de pretenciosidad sino de que las artistas honradas, que quieren decir sus fuentes y agradecer las aguas que las han regado, se ven inequívocamente impelidas a aparecer como culturetas en una sociedad nuestra donde no se lleva el reconocimiento.

         Creo que este álbum gráfico hay que leerlo con resaca, después de haber pasado una noche con las amigas y haber mirado a la infinita negrura del cielo, al recuerdo de los acantilados, a las luces que amarillean y que se empeñan en situarnos en nuestro lugar como si nosotras mismas fuéramos un punto ineludible que debemos analizar, como si nosotras debiéramos desplegar los mapas donde al Norte está María Teresa Wilms Montt, al Sur Virginia Woolf, al Este Sylvia Plath y al Oeste, con su mirada reconcentrada, Clarice Lispector, como si nosotras debiéramos coger la brújula y sentarnos en el diván del existir y ser, nosotras mismas, luminarias de nuestro trascurso.

         La sed habla del miedo, de las oleadas de la angustia, de Anne Sexton, del suicidio, de la mala costumbre de conocidos y otros allegados de desteñirte el origen, Paula Bonet habla de la capacidad para crecer desde él, la capacidad de no parecer mala cada vez que la culpa te sacuda con su martillo de certidumbres. Hay que tener agarraderos cuando viene la oleada del temblor y es entonces cuando nacen los nombres de las escritoras que tuvieron la valentía de mostrar esos sentimientos angustiantes para que nosotras, mujeres de hoy, no nos sintamos solas sin saber qué pasa dentro de nuestra mente, sin querer aliviarte a ti misma con paños de agua fresca porque lo que ansías es sólo rebeldía. De ahí lo pretencioso, de ahí la necesidad de reconocer a las que antes llegaron a los abismos y le pusieron palabras al vértigo.

         Esta es una lectura para que las madres les expliquen a sus hijas lo que es la falta de amor propio, para que las madres lleven a sus hijas de la mano y sepan las niñas los lugares no edulcorados, para que las niñas no sean modestas ni las poden, de vez en cuando, cualquier advenedizo o cualquier maestra de la corrección y la normalidad. Este es un libro que es mejor leerlo cuando sabes que al día siguiente vas a tener una cita con la creación y que la creación, llámese poesía, novela o ensalada para comer sano, llámese como se quiera: pintura o escultura... Y que la creación, digo, sea la ley suprema que nos gobierne porque esa sólo es la que salva de la obstinación de la invisibilidad.


         Frente a ese hacerte de menos constantemente, frente a esa costumbre de nacer y volver a nacer sin historia ha venido La sed a recordarnos que nuestro origen tiene señas de identidad y habitantes ilustres que existieron ciertamente, que no nos las hemos inventado y que nos podemos apoyar en ellas. Ellas, sin fajas que las constriñan como a la deslumbrante Elena Garro que tomaba el sol en las playas de Valencia junto a Cernuda :) mientras nuestros ilustres poetas hablaban y hablaban y hablaban. Ya se sabe: el mendigo se compadece del mendigo. Magnífica Elena Garro en sus Memorias de España 1937, divertidas memorias, porque hay que saber reponerse hasta en la más absurda de las situaciones y vivir sobre todas las cosas. Y sólo cuando la alegría de vivir es el hilo, como un rayo de sol que nos da sobre los párpados en una tarde junto al mar, sólo entonces es cuando estamos preparadas para construir una obra de madurez y echar risas, muchas risas, a nuestras letras y a nuestras vidas, y sólo entonces somos capaces de apagar la sed con la sencilla agua.