Mis
amigas son aquellas que no quieren que yo guarde silencio. Mis amigas son
aquellas que me dicen “habla”. No distingo entre amiga nueva y amiga antigua,
el Dalai Lama decía que no distinguía entre amigo nuevo y amigo viejo, yo he
cogido su costumbre.
Y hablar para mí se ha convertido en lo
fundamental, más que escribir, y eso que escribir tiene para mí importancia,
porque siempre me he ayudado de la escritura para decir no a lo injusto. Quien
mancha mi escritura mancha mi lengua.
Criada en Andalucía, más de una vez y
de dos se han reído de mi habla ceceante. Me da igual, no les guardo rencor a
los que me han señalado con el dedo y lo más bonito que me han dicho es: “Mira,
que graciosa. Mira, cómo habla.” Esto no
me ha llevado a ser nacionalista, como dice mi admirado Albert Camus: “Amo
demasiado a mi país para ser nacionalista” Para que
quede claro lo voy a poner también en francés, una lengua que siempre he
intentado hablar bien sin éxito: “J´aime trop mon pays pour être nationaliste”,
esta cita pertenece al magnífico libro Cartas
a un amigo alemán escrito en 1945.
Mis buenas amigas son las que han hecho
que rompa a hablar, entre ellas Amelia Sanchis, que me recomendó la lectura de
Audre Lorde, concretamente de su libro La
hermana, la extranjera. Pequeño libro en el que dice cosas importantes y
desafía al miedo.
Las mujeres debemos hablar, y aún más,
debemos ser escuchadas, que se sepa de una vez lo que amamos y lo que no. Y,
señores y señoras, deben tener paciencia cuando digamos nuestros gustos porque
hemos tardado años en averiguarlos, así que no se impacienten cuando tardamos
en leer las cartas de los restaurantes o en responder a las preguntas que se nos hacen:
Estamos pensando. Eso también sabemos hacerlo, algunas veces en silencio, en un
clamoroso silencio.