sábado, 23 de marzo de 2019

Cádiz




 Cuando tengo dudas miro a Cádiz. Me acerco a ella en tren, las vías acariciadas por el agua hacen de esta entrada a la ciudad uno de los más hermosos viajes. Y cuando llegamos a esa estación afortunadamente humana, sin grandezas de vanidad, solo con el orgullo de la vecindad del puerto, respiramos a sal atlántica, a infinito azul.

         Son innumerables los trayectos en esta ciudad pequeña, diversas las callejuelas y numerosas también las librerías donde podemos encontrar Los héroes  del jazz y el country o la Geografía de Estrabón, alguna versión de Antígona o postales antiguas donde observamos lo efímera que se vuelve la vida cuando ya no somos niñas pequeñas que juegan a montar en bicicleta y ser ganadoras de todas las carreras: El placer del viento enredado en tu cabello, el placer de la velocidad y el ejercicio. El placer de la igualdad en los entretenimientos y el ansia de devorar la existencia porque la existencia es simplemente bella.

         La concreción de las ortiguillas, de las gambas, de los erizos, de los cerezos japoneses rosados como las mejillas de Baco. La concreción de las tortillitas de camarones,  del pan, de la amarilla cúpula de la catedral, de sus torres y sus terrazas, del canto y de la alegría, de la capacidad de crear una constitución y de reírse por todo, de todo. Eso es Cádiz.

         El olor a sal y a ijada de atún y mermelada de tomate, la dureza de roca de los ostiones, la capacidad de asumir la derrota y la victoria, el milagro de todos los atardeceres y de todas las amanecidas, y el azul intermedio que es como un agua que no se puede asir.

         Es el lugar interminable porque en cada rincón hay una historia, un personaje, una mirada delicada sobre la realidad para transformarla en tanguillo. Una nostalgia que se esconde en el Pay-pay, en el barrio del Pópulo, y una frescura juvenil que se baña en la playa de Santa María de Mar.

         Cádiz es todo: Quiñones en chanclas por la Caleta y las papas aliñás con buen vinagre y mejor aceite y lujuriosa cebolla encarnada. Cádiz es el refugio de las críticas más severas hacia nuestros líderes y la canción de las mujeres, que cada día más, cantan libremente: Así se puede ver en el Carnaval de los Jartibles, el Carnaval Chiquito, donde la población se despide sin querer despedirse del goce de disfrazarse. Un disfraz para decir la verdad, un disfraz para ser rebeldes y más rebeldes y más rebeldes. ¡Viva Cai y esa sabiduría para la crítica y la felicidad! Tenemos que aprender de esa forma de escuchar, digerir y después contestar.