sábado, 9 de marzo de 2019

La lectura




Crecí en un barrio de la periferia de Málaga, rodeada de gente humilde que admiraba la lectura, que recolectaba alcachofas y limones, cañadulces tiznadas por el fuego. Hoy ese barrio sigue siendo periferia y no se le mima como debiera. Los políticos españoles están obsesionados con el viaje al centro y no saben construir hermosuras en red.

         Y el centro se ha convertido en el paraíso para los visitantes, hemos sucumbido a los deseos del turista accidental y ya nuestras arquitecturas tienen nombre de multinacionales. No quiero decir con esto que el pasado fuera mejor que el hoy, solo que era más distraído.

         Convivíamos con las letras flamencas, con los viejos romances, con los chistes de desprecio a las mujeres y a los gangosos, con una alegría  inconsciente en el futuro. Fabricábamos la victoria y sus ambiciones. Mis deseos eran tener muchas amigas y mucho tiempo para deleitarme en la contemplación y en la escritura, además ansiaba la paz mundial.

         Leer fue el gran refugio; hoy se escribe para exhibirse, ayer se escribía para crecer, esa es la diferencia entre los gruesos mamotretos y la placidez de los matices. No conozco mayor rebeldía que leer y hablar con los seres invisibles que nos acompañan casi sin quererlo.

         Cuando cumplí los catorce años fuimos al edificio de la Aduana, hoy museo provincial de Bellas Artes, con abrumadora presencia del arte masculino; fuimos a ese edificio, digo, a hacerme el carnet de identidad. Ese fue el día en que descubrí que mi nombre era compuesto: Salvadora Francisca. Iba acompañada de mi padre y fuimos a una gestoría para que tramitara mi partida de nacimiento además del certificado de penales, creo. Yo, como acostumbraba, iba leyendo todos los carteles que colgaban de los comercios de la capital de la provincia. Después volveríamos a casa, casi mareados, ante tanto reclamo.

         Puedo ponerme en huelga de todo menos de lectura: leo como una drogadicta que no puede parar de leer. Leo títulos, rebusco libros que se dirijan a mí y no me canso de aprender. Sí, soy constante aprendiza, constante curiosidad. Y me pregunto no sin perplejidad cómo han sido capaces de tener escondidas a tantas escritoras durante tanto tiempo. Escritoras que no aparecen en los manuales, de las que no conocemos sus caras ni sus nombres. Creo que estarán de acuerdo conmigo si digo que eso, señoras y señores, es un inmenso despiste, Hoy me he levantado benevolente, será por la alegría de ayer: veinte mil personas en las calles de Córdoba en la manifestación del 8 de marzo, ahí es nada.