Nadar
y bailar son acciones muy cercanas entre sí. Se necesita el encanto del ritmo
para procurar las brazadas idóneas, los taconeos que casi suenan a tic-tac.
Siempre me han encantado la danza y la dulzura de los movimientos mientras se
bucea y se ven allí, en el mar, peces transparentes, como nacidos para negociar
sin impurezas.
Siempre me he entendido bien con los
pescadores y con las mujeres que practican la náutica, en una ocasión me crucé,
cerca de Gibraltar, con un barco de amazonas, pechos al aire, felices a la
sombra de las velas blanquísimas y henchidas sobre el cielo azul. Ahora nos
quieren hacer creer que tenemos cuatro portavozas y que el congreso va a hablar
en femenino; nos están enredando, no saben nada de vientos y huracanes. Con lo
cerca que tienen el Museo Naval y lo poco que lo visitan.
De tanta mentira me estorba la palabra “siempre”
y la poca pasión con la que se buscan las izquierdas por las redes sociales. Y
de tanto hacerse los tontos van a acabar siendo tontos de por vida. Nadie
comprende por qué no se han puesto de acuerdo, toda la población está cansada
de negociar diariamente, ¿es que ellos no pueden intentarlo?, sólo intentarlo
de veras.
Para llegar a buen puerto son necesarias
dos condiciones: sinceridad y prudencia. Sólo hacen falta dos deseos: ganas de
bailar conjuntamente sobre un mar de acuerdos y no sentirse ofendidos como
airados adolescentes caprichosos. Pongamos el foco sobre la gran aventura de la cotidianeidad,
de lo diario: la cesta de la compra, la belleza y eficacia de nuestros
hospitales, la ausencia de actividades humillantes, el aprendizaje de maneras
amables… Pero no, no quieren caer rendidos a la pasión del buen lenguaje, nadie
quiere el Ministerio de la Meditación y el Sosiego.
Mi amiga Antonella cree que necesitamos
un paso evolutivo que nos lleve a conocernos de otra manera distinta de la que
solemos usar. De conocernos individual y colectivamente. Yo le doy la razón
mientras me pregunto por qué no transmiten por televisión el festival de teatro
clásico de Mérida, así apreciaríamos nuestra cuna y huiríamos de las tragedias
que son tan antiguas como las piedras. ¿O es que tienen que salir sus madres a
pedirles dignidad como si fueran pequeños Coriolanos? Sus madres que son las
voces de la paz, de la utilidad, de la vida; del pasado que los ha traído hasta
aquí, del presente que queremos que agoten, del futuro de las niñas y los
niños.
Negocien en los mercados sin aire
acondicionado, frente a la atmósfera de las Meninas, en el acento de cada región,
en los bares populares del extrarradio, en los edificios inmaculados reservados
a los extranjeros ricos (ahí hablen honradamente de interculturalidad y de
concertinas). Negocien en cada verbena de verano, con el sudor, de madrugada,
cuando la luna se llena. Por favor, no se cansen de bailar pegados.