sábado, 3 de agosto de 2019

La danza de los humildes




Nadar y bailar son acciones muy cercanas entre sí. Se necesita el encanto del ritmo para procurar las brazadas idóneas, los taconeos que casi suenan a tic-tac. Siempre me han encantado la danza y la dulzura de los movimientos mientras se bucea y se ven allí, en el mar, peces transparentes, como nacidos para negociar sin impurezas.

         Siempre me he entendido bien con los pescadores y con las mujeres que practican la náutica, en una ocasión me crucé, cerca de Gibraltar, con un barco de amazonas, pechos al aire, felices a la sombra de las velas blanquísimas y henchidas sobre el cielo azul. Ahora nos quieren hacer creer que tenemos cuatro portavozas y que el congreso va a hablar en femenino; nos están enredando, no saben nada de vientos y huracanes. Con lo cerca que tienen el Museo Naval y lo poco que lo visitan.

         De tanta mentira me estorba la palabra “siempre” y la poca pasión con la que se buscan las izquierdas por las redes sociales. Y de tanto hacerse los tontos van a acabar siendo tontos de por vida. Nadie comprende por qué no se han puesto de acuerdo, toda la población está cansada de negociar diariamente, ¿es que ellos no pueden intentarlo?, sólo intentarlo de veras.

         Para llegar a buen puerto son necesarias dos condiciones: sinceridad y prudencia. Sólo hacen falta dos deseos: ganas de bailar conjuntamente sobre un mar de acuerdos y no sentirse ofendidos como airados adolescentes caprichosos.  Pongamos el foco sobre la gran aventura de la cotidianeidad, de lo diario: la cesta de la compra, la belleza y eficacia de nuestros hospitales, la ausencia de actividades humillantes, el aprendizaje de maneras amables… Pero no, no quieren caer rendidos a la pasión del buen lenguaje, nadie quiere el Ministerio de la Meditación y el Sosiego.

         Mi amiga Antonella cree que necesitamos un paso evolutivo que nos lleve a conocernos de otra manera distinta de la que solemos usar. De conocernos individual y colectivamente. Yo le doy la razón mientras me pregunto por qué no transmiten por televisión el festival de teatro clásico de Mérida, así apreciaríamos nuestra cuna y huiríamos de las tragedias que son tan antiguas como las piedras. ¿O es que tienen que salir sus madres a pedirles dignidad como si fueran pequeños Coriolanos? Sus madres que son las voces de la paz, de la utilidad, de la vida; del pasado que los ha traído hasta aquí, del presente que queremos que agoten, del futuro de las niñas y los niños.

         Negocien en los mercados sin aire acondicionado, frente a la atmósfera de las Meninas, en el acento de cada región, en los bares populares del extrarradio, en los edificios inmaculados reservados a los extranjeros ricos (ahí hablen honradamente de interculturalidad y de concertinas). Negocien en cada verbena de verano, con el sudor, de madrugada, cuando la luna se llena. Por favor, no se cansen de bailar pegados.