sábado, 24 de agosto de 2019

Nos parecemos más de lo que creemos




La confianza es ese elixir que se cultiva con la amistad, ese respeto a  la palabra dada, ese ponerle cara a los nombres y ese estrechar la mano honrada. Eso es lo que no quieren que tengamos los poderosos adinerados, por eso cambian con tanta frecuencia al personal de los bancos, para que no trabemos vínculos.

         Ellos tienen sus clubes y cenas privadas, sus almuerzos de trabajo y desdén, los cuellos blanquísimos, el derecho a la intimidad y al constante aire acondicionado. A nosotros nos quieren convencer del individualismo a ultranza, de que no necesitamos ningún tipo de asociación. Ellos tienen las luces estridentes con las que nos distraen y la oscuridad de las cajas fuertes.

         Si queremos llevarles la contraria, si queremos sacar algo de provecho tenemos que emprender la noble tarea de mirarnos a los ojos y buscar la sinceridad, adoptar ademanes afectuosos con la vecindad y no tirar plásticos en las playas. Si queremos generar confianza tenemos que aceptar que todos respiramos el mismo aire aunque ellos se empeñen en  crear ficticios oasis, que son hoteles con piscinas mirando al infinito. Y, señoras y señores, tengo que deciros una cosa: el infinito no existe.

         No existen el manantial inacabable ni la mujer que espera eternamente, no existen los olmos centenarios para que venga un desdichado a cortarlos como si los cientos de años fueran un regalo leve. No existen el camino sin meta, la sinfonía sin fin, la confianza sin respuesta, sin la noble respuesta de quien quiere que ese pacto no se rompa.

         Así que si queremos ser rebeldes de verdad tenemos que generar pactos de confianza, sembrar en ese cercado porque ellos, los ricos, desde sus yates, es lo que  hacen constantemente. Así que nosotras, las personas sin millones, debemos actuar como linces, como hermosos linces que tienen derecho a un hogar, a que no nos quiten la tranquilidad la hipoteca o el abismo supremacista y cruel. El país, ese macropaís llamado Europa que tan mal sabe negociar la ternura o, dicho con precisión, los derechos humanos, está cayendo en uno de los más graves errores de su historia: no quererse entender con los países que colonizaron y dejan, por desidia, morir en el Mediterráneo a la belleza de África.

         Hagamos un alto en el camino, actuemos todos como si fuéramos bohemios, como si tuviéramos un grupo amplio de amigos de verdad, de carne y hueso, como si todos fuéramos sencillos y profundos y quisiéramos, después de haber reflexionado, cultivar esa amistad. Hagamos un alto en el camino y abracemos a nuestras amistades, esas que se juegan la vida en la mar, esos a los que llaman emigrantes y están más cerca de nosotros que cualquier hombre rico y egoísta que sabe, a la perfección, los ritos de la alta sociedad. Hagamos un alto en el camino y reconozcamos cuánto nos parecemos a esos hombres y mujeres, niños y niñas que se ahogan en el agua azul.