sábado, 10 de agosto de 2019

Violencia de género




El mundo en que vivimos… la cosmovisión que se sustenta… la edificación que nos vence es la del desequilibrio. Solamente una persona testaruda y grosera puede pensar que nos puede convencer, tranquilizar, hacernos más fuertes esa propaganda contra la violencia de género que ha surgido de una cabeza frívola y satisfecha de sus ocurrencias.

         Llamar “malos tratos” lo que a todas luces es una desventaja sistémica, un agravio estructural, hace que se desvanezca toda esperanza de un buen pensamiento que, de una vez, arregle esa descomunal falta de respeto, esa broma inquietante en la que las mujeres son un producto más que satisface la voluntad del patriarcado. No hay derecho.

         Estos publicistas del dolor han hecho chanza de la vida, del temblor que sobrecoge a las víctimas, de la voz entrecortada que busca los campos de  la defensa en las instituciones y se encuentran con la burla, el cobijo de la burla, la zafiedad de quienes pisotean lo sembrado.

         ¿Sería demasiado pedir que se retirara esa campaña de la Junta de Andalucía?¿Sería demasiado pedir que se corrijan errores? Para ello se debería tener la humildad de quien quiere aprender y empieza a leer sobre el asunto. Pero no, los hechiceros de esta pesadilla están demasiado pagados de sí mismos, demasiado enamorados de su yo descomunal, de sus andamiajes de machitos.

         Esto no es una campaña publicitaria sin más, es un alarde de mal gusto, un empoderamiento de lo equívoco, de vamos a liar al personal con nuestra fantástica idea de lo que debe ser la vida: resignación.

         Porque lo que quieren es que las mujeres nos resignemos mientras ellos deambulan por la calles con la falta de vergüenza de quien está contento, satisfecho, con la llamada cultura de la violación. ¿Acaso deberíamos llamarla cultura? No, la cultura, la gran cultura, lleva siempre consigo un acento de elegancia, y ellos desconocen esa cualidad.