En
la biblioteca reposan
lindos
caballeros
de
belleza lejana y madura.
Hombres
que quisieron volar
y
ahora están sometidos
al
calor de los libros.
Ellas,
las invisibles,
guardan
el sabor de la vida.
Ellos
existen por costumbre,
esperan
que abran
el
comedor benéfico
que
hay frente a la biblioteca
y,
mientras, leen.
Ellas
no están,
no
frecuentan la sala de lectura
ni
para ser pobres existen.
Todos
están asustados
como
el cordero de Abraham,
estallan
a destiempo los azahares
y
no les dan ningún ejemplar
en
préstamo.
Guardan
el aprecio
como
si fuera un tejido que les abrigó
algún
día.
Tienen
gestos exquisitos
a
la hora de pelar una naranja,
son
gentes sin casa.
Ellos
son como Ícaro
con
el plumaje herido.
A
ellas no les ha dado tiempo
de
fabricarse unas alas.